Llevo casi una década escribiendo sobre la transformación de Turquía. Hace diez años, el país era una democracia de tendencia occidental, pese a sus fallos, y tenía una prensa que, aunque refunfuñara, era libre en buena medida. Ahora Turquía se inclina decididamente hacia el mundo árabe y hacia China, tiene un primer ministro que parece una mezcla de Vladímir Putin y un sultán otomano, y no sólo ha reprimido la libertad de prensa: ahora parece que también castiga los delitos de pensamiento.
Hace dos años, por ejemplo, la Policía asaltó la vivienda y la oficina de Ahmed Sik para confiscar su manuscrito, no publicado, en el que demostraba la infiltración de los seguidores del controvertido líder islamista Fetulá Gülen en las fuerzas de seguridad. Ahora, un escritor turco va a ser procesado por hacer un juego de palabras con el segundo nombre del primer ministro Recep Tayyip Erdogan.
Emrah Serbes hizo un chiste durante un show de televisión: cambió el nombre Tayyip por Tazyik, palabra que significa “agua a presión”, en referencia al excesivo uso de cañones de agua y gases lacrimógenos contra los manifestantes por parte de la Policía durante el pasado Primero de Mayo.
Serbes podría pasar doce años en prisión.
La cosa va a peor: a comienzos de este año, Turquía se vio sacudida por manifestaciones en contra de la destrucción de una de las pocas zonas verdes que quedan en el centro de Estambul. Las manifestaciones afectaron a Erdogan, poco acostumbrado a recibir críticas públicas. De hecho, en un reciente mitin en Adana los fotógrafos vieron que bajo los asientos del primer ministro y de su esposa había máscaras antigás, por si acaso. Bien, ahora hasta pensar en manifestarse es delito en Turquía. El Ministerio de Justicia e Interior, controlado por el partido de Erdogan, ha dictado nuevas regulaciones por las que cualquiera que presente “riesgo de llevar a cabo una manifestación” puede ser detenido por espacio de un día sin intervención judicial alguna.
¿Cuál es la lección? Tanto Bush como Obama permitieron que Turquía se fuera de rositas con una serie de embajadores más inclinados a la adulación que a hablar sin rodeos sobre cuestiones difíciles, y con unos comentarios sobre el programa islamista de Erdogan suavizados por la corrección política. Sin embargo, a corto plazo, creo que la moraleja que sacamos es que no debemos pensar mal del Tazyik en Jefe la próxima vez que pasemos por Estambul.