Jeff Jacoby escribe para The Boston Globe una columna en la que recuerda que la matanza de cristianos armenios por el imperio otomano no fue consecuencia de un conflicto regional, sino que está conectada con la manera en que el yihadismo trata de exterminar a los cristianos y los fieles de otras religiones allí donde se hace con el poder. Jacoby da la razón al papa Francisco, que el pasado domingo conectó el asesinato de 1,5 millones de armenios con el sufrimiento que actualmente padecen los cristianos a causa del islamismo radical.
La descripción de los testigos presenciales de las horribles crueldades que se hizo sufrir a los cristianos armenios recuerda que el salvajismo del Estado Islámico y Al Qaeda no es una innovación.
El hecho clave es el que el Papa, con su prestigio, se niega a disimular: los armenios fueron víctimas no solo de un genocidio, también de la yihad. Al implorar a sus oyentes el pasado domingo que escucharan el “llanto ahogado y olvidado” de los cristianos amenazados que hoy son “llevados a la muerte sin piedad –decapitados, crucificados, quemados vivos– o forzados a dejar su patria”, Francisco estaba recordando al mundo que el precio de la inacción frente a la violencia islamista es tan alto como siempre.
Así titula el argentino Clarín este reportaje sobre el campo de refugiados palestinos en Siria, sitiado por los terroristas del Estado Islámico. Los bombardeos constantes del Ejército sirio, el bloqueo a cualquier llegada de ayuda humanitaria y la presencia de terroristas del Estado Islámico han convertido esta suerte de ciudad de las afueras de Damasco en el lugar más duro para sobrevivir dentro de las muy penosas condiciones en el país a consecuencia de la guerra.
Hasta el estallido de la guerra civil, Yarmuk estaba considerado un barrio especialmente activo. Pero hoy sólo residen allí unas 16.000 personas, entre ellos unos 3.500 niños. En 2013, los rebeldes que combaten contra el regimen de Bashar Al Assad asumieron el control de Yarmuk y desde entonces, el Ejército sirio mantiene bloqueados los accesos al campamento. Se calcula qu más de 100 personas han muerto de hambre en este tiempo.
Según la organización humanitaria Yafra, desde hace seis meses no hay agua corriente.Además, falta material sanitario con el que poder tratar a los heridos, los mercados están cerrados y muchas viviendas, dañadas por los bombardeos.
Debido a los combates, los vecinos no se atreven a salir a la calle. El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, describió así la situación: «Dentro del horror sirio, el campamento de refugiados de Yarmuk es el infierno más profundo».
Amir Taheri publica en Arab News esta columna en la que explica el error que, a su juicio, está cometiendo Teherán al actuar en tierras yemeníes como ha venido haciendo tradicionalmente en territorio libanés. Taheri sugiere que tal vez los dirigentes iraníes se han creído el relato fantástico de Obama, que considera a Irán “un poder regional”, pero al presidente norteamericano, explica el autor, le quedan tan sólo 18 meses de vivir su mundo irreal. Las diferencias entre el Líbano y el Yemen quedan explicadas de esta forma:
El Líbano es un pequeño país que cubre solo 10.400 kms cuadrados y, por consiguiente, es relativamente fácil de controlar con una fuerza reducida. El Yemen, en cambio, tiene un área de 527.000 kms cuadrados, con una variedad de terrenos que abarcan montañas, desiertos, costas e islas. El Líbano tiene una población de alrededor de 5,6 millones concentrada en el área metropolitana de Beirut y una docena de áreas urbanas. La población del Yemen es de casi 27 millones y está repartida en un vasto territorio con unas 7.000 poblaciones y decenas de asentamientos semiurbanos desde las fronteras de Rubal Jali hasta el Mar Rojo.
(…)
Hay todavía otra diferencia entre el Líbano y el Yemen. En el Líbano, Irán disfrutaba del apoyo del mayor país vecino, Siria. En el caso del Yemen, ningún vecino está preparado para actuar como un canal para la dominación iraní. En todo caso, los vecinos del Yemen –Arabia Saudí y Omán- no quieren asistir a una repetición del escenario libanés.
La petición directa de ayuda del rey Salman al Gobierno paquistaní para acabar con los huzis en el Yemen ha topado con una serie de dilaciones a causa de la decisión del primer ministro, Nawaz Sharif, de someter su decisión al criterio de la cámara legislativa. El pasado día 10 el Parlamento paquistaní rechazó por unanimidad participar en esta guerra iniciada por los saudíes. Bruce Riedel explica en Al Monitor los motivos por los que Sharif ha negado su ayuda a la monarquía saudí.
La respuesta paquistaní es potencialmente un gran paso atrás para las relaciones bilaterales, Dado que Sharif le debe la vida a los saudíes, que le ayudaron a salvarse de la ejecución tras el golpe de Estado del general Pervez Musharraf en 1999 y lo albergaron en el exilio (con un poco de ayuda de Washington). Ningún político paquistaní conoce a los saudíes mejor que Sharif ni tiene más acceso a su círculo íntimo.
¿Por qué remitió Sharif el asunto al Parlamento? Un editorial revelador en la prensa paquistaní sugiere que el primer ministro ya ha concluido que los saudíes han metido la pata en una guerra que no pueden ganar y para la que no están preparados. Sus objetivos, reponer al Gobierno de Hadi en el poder y evitar la creación de un régimen proiraní en la Península Arábiga, no se corresponden con los medios disponibles. Sharif se reunió con el rey [Salman] y sus consejeros en vísperas de la guerra y se dio cuenta de que “habían cometido un error estratégico, dirigido por un liderazgo sin experiencia que entró en pánico” con el papel de Irán en Yemen.