Tras trece años de exilio, ¿podría regresar uno de los partidos políticos más tristemente célebres de Irak? Puede que ésta se convierta en una de las cuestiones decisivas para los analistas de Oriente Medio, ya que los baazistas defienden que su plataforma sociopolítica de apoyo a la causa panarabista anuló el sectarismo y unió a los iraquíes en torno al nacionalismo. Además, sostienen que su laicismo alejó al grueso de los chiíes de las corrientes políticas iraníes y contribuyó a integrar a las numerosas minorías de Irak en los sectores publico y privado.
La historia contradice sustancialmente esta versión, sobre todo cuando, tras la Guerra del Golfo, Sadam Husein se precipitó a reorientar su régimen desde su laicismo inicial hacia el islamismo. En el Irak de los años 90 Sadam instaba a sus adjuntos a incorporar un lenguaje de cariz religioso a sus discursos, y ordenó a las cadenas de televisión que emitieran imágenes que lo mostraran rezando, visitando La Meca y sosteniendo el Corán. La guerra del régimen contra el Irán chií le había impulsado a distanciarse del enemigo, lo que provocó que la mayoría chií del país sufriera por ello. En ese sentido, las políticas baazistas de mezclar la religión con la política han sido uno de los orígenes de las políticas sectarias que, desde 2003, han proliferado en Irak.
Pese a estos antecedentes, algunos miembros del reorganizado Partido Baaz, ansiosos por disminuir las tensiones sectarias y por alejar a su formación de los fundamentalistas islámicos, están reconociendo que Sadam se desvió del camino. Y si bien la complicidad del partido en los crímenes de Sadam es incuestionable, el sentimiento nacionalista de la formación aún resuena para muchos iraquíes frustrados por las injerencias extranjeras y la corrupción. El fundador del Partido Baaz, el cristiano progresista Michel Aflaq, imaginó que los integrantes de su formación protegerían la libertad religiosa y promoverían los derechos civiles. Tanto Irak como el propio Baaz se vieron perjudicados cuando Sadam se apropió del partido para sus propios intereses y para erigir un elaborado culto a la personalidad
Tras la caída del régimen de Sadam, en 2003, Irak se dotó de una nueva Constitución que entró en vigor en 2005 y prohibió el Partido Baaz. Esa prohibición se ha mantenido vigente durante toda esta década, pues tanto los dirigentes iraquíes como Irán se han negado a levantarla. Ha habido casos de antiguos miembros del partido que han tratado de recuperar el poder en el norte del país, mayoritariamente suní, colaborando con el ISIS, pero actúan en total oposición al mensaje original del movimiento, incondicionalmente laicista.
Ahora, la Constitución iraquí carece de importancia y de autoridad para suníes, chiíes y kurdos. La fetua de 2014 del ayatolá Alí Sistani por la que se llamaba a la movilización popular es un ejemplo de cómo para la mayoría chií los imperativos religiosos se imponen a los legales. Los suníes desprecian la Constitución, a la que consideran un “instrumento norteamericano”, y los kurdos amenazan periódicamente a Bagdad con la secesión y con anexionarse la disputada región de Kirkuk, rica en petróleo. La constante y categórica negativa a cualquier reintroducción del Partido Baaz parece poco lógica mientras el resto del país se hace pedazos.
Puede que el Gobierno estadounidense, decisivo en el derrocamiento del régimen de Sadam en 2003, se muestre reacio a un retorno en 2016 del que fuera el partido de Husein, pero la Administración norteamericana debería haber aprendido en las últimas décadas que algunos grupos se vuelven fieles a Norteamérica cuando ésta les proporciona apoyo. En menos de tres años, Egipto tuvo tres presidentes diferentes: Mubarak, Morsi y Sisi, pero todos ellos tuvieron la sensatez de poner la especial relación de su país con Estados Unidos por encima de sus muy distintas ideologías. Las monarquías de Marruecos, Arabia Saudí y Jordania también han sido aliadas incondicionales de Norteamérica. Incluso Sadam, que antaño fue socio de los estadounidenses, derrotó al Partido Comunista iraquí, aliado de la Unión Soviética, e impidió que la revolución islámica iraní se extendiera a su país. Un nuevo Partido Baaz que regresara a la arena política podría volver a servir para aplastar ideologías y movimientos radicales político-religiosos, evitando esta vez los errores del régimen de Sadam, volviendo a ser aliado de Occidente y ayudando a desarrollar un Irak restablecido y unido frente al ISIS y las fuerzas sectarias y desestabilizadoras.
No vale la pena descartar a ningún movimiento político de cierto calado, sobre todo en un país que ha sido arrasado por el Partido Dawa mandato tras mandato. Como señaló un destacado político iraquí en una muy comentada entrevista de televisión: “Todos los políticos poderosos de Irak han robado al Estado y han aceptado sobornos, incluso yo”.
Si los iraquíes y la comunidad internacional aspiran a que Irak siga siendo un Estado funcional, deberá ponerse fin a los dobles raseros para los grupos políticos, habrá que reorganizar el Partido Baaz y volver a incorporarlo a un proceso político funcional que sea coherente y aproveche las fortalezas del país, y que se comprometa con la inestable democracia del país.
© Versión original (en inglés): Fikra Forum
© Versión en español: Revista El Medio