Contextos

El daño está hecho

Por Lee Smith 

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"Ahora, cuatro décadas después de que Nixon y Kissinger lograran una de las grandes victorias de la política norteamericana, Obama ha abierto las puertas a Rusia para que regrese a la región""La cuantía de las pérdidas norteamericanas por culpa de Obama, en bases, aliados e influencia, plantea una cuestión: ¿se puede reparar el daño que ha causado, y el que es capaz de hacer en los próximos 41 meses?""Putin sabía que había mostrado que un presidente norteamericano, demasiado tímido como para disparar una docena de misiles crucero al desierto sirio, era indeciso, poco fiable y débil. Para los aliados de Estados Unidos, un presidente que no cumple ni sus promesas ni sus amenazas es un riesgo""En Europa, Obama vendió a checos y polacos en 2009 al cancelar un sistema de defensa antimisiles para no irritar a los rusos. Si entonces ya estaba dispuesto a vender a unos aliados menores, ¿cómo de servil será con Rusia, ahora que Putin le ha ayudado a salvar la cara respecto a Siria?""Estados Unidos no patrulla el mundo a beneficio de los demás; más bien somos una superpotencia con aliados en todo el mundo porque nuestro principal interés, y también un interés fundamental para nuestros aliados, es una Norteamérica fuerte"

Este otoño hará cuarenta años. Estados Unidos envió más de 20.000 toneladas de tanques, artillería, armas y suministros a Israel para asegurar su victoria sobre dos Estados árabes clientes de la Unión Soviética: Siria y Egipto. Esos envíos aéreos mostraron a los árabes que, pese a su superioridad numérica, no tenían posibilidad de derrotar al pequeño Estado judío. Mientras Israel estuviera respaldado por un Estados Unidos dispuesto a demostrar su resolución y determinación de apoyar a sus aliados, la conclusión estaba grabada en piedra: América no pierde, tampoco sus amigos.

La guerra del Yom Kipur de 1973 fue el principio del fin para la Unión Soviética. Con Egipto, el mayor y entonces más influyente Estado árabe, abandonando el campo soviético para convertirse en aliado estadounidense, la posición de Moscú en Oriente Medio estaba prácticamente arruinada, y era sólo cuestión de tiempo que la fragilidad soviética fuera evidente para todos. Ahora, cuatro décadas después de que Nixon y Kissinger lograran una de las grandes victorias de la política norteamericana, Obama ha abierto las puertas a Rusia para que regrese a la región.

Dentro de un tiempo volveremos la vista atrás hacia la semana pasada y la veremos, igual que la guerra del Yom Kipur, como un hito, con la diferencia de que esta vez marcará la creciente debilidad norteamericana. Mientras, los errores de Obama en Siria claman por que se le exija rendir cuentas: su incapacidad durante dos años y medio para considerar el conflicto como una oportunidad para reforzar los intereses estadounidenses; el descuido con el que trazó su línea roja respecto al uso de armas químicas por parte de Bashar al Asad; su petición de autorización al Congreso para usar la fuerza militar, realizada con retraso y desgana; su falta de voluntad por defender ante el pueblo norteamericano un ataque contra Asad; el haber convertido a Rusia en el árbitro del poder en la región, a expensas de Estados Unidos. La cuantía de las pérdidas norteamericanas por culpa de Obama, en bases, aliados e influencia, plantea una cuestión: ¿se puede reparar el daño que ha causado, y el que es capaz de hacer en los próximos 41 meses?

Concedamos a Vladímir Putin lo que es suyo: con su propuesta de poner las armas químicas del presidente sirio bajo control internacional, ha demostrado que es más que un simple matón que demuestra su autoestima posando con el torso desnudo, saliendo con gimnastas adolescentes y luchando con animales salvajes. Al mostrar su astucia y sutileza, Putin nos ha recordado que su adiestramiento profesional como agente de inteligencia (por no mencionar su afición por el judo) le enseñó a apuntar a las debilidades humanas y a aprovecharlas: Obama es vanidoso; Putin vio que el presidente norteamericano necesita tener siempre buena imagen.

Así, tras años de denigrar al presidente y a su equipo, Putin ahorró a Obama una aplastante derrota en el Capitolio al ponerle a una humillación el envoltorio de una victoria diplomática para un presidente que llegó para acabar con las guerras, no a iniciarlas. A Putin le importó poco que la Casa Blanca se atribuyera la iniciativa, que portavoces de la Administración dijeran que representantes de Obama habían abordado el asunto con Moscú hacía más de un año o que el equipo presidencial pretendiera que la amenaza de usar la fuerza era lo que había provocado la iniciativa diplomática. Que Obama alardee de otra bella victoria: Putin sabía que había mostrado que un presidente norteamericano, demasiado tímido como para disparar una docena de misiles crucero al desierto sirio, era indeciso, poco fiable y débil. Para los aliados de Estados Unidos, un presidente que no cumple sus promesas ni sus amenazas es un riesgo.

Sorprendentemente, Putin ganó llevando una mano floja. Rusia no es China, por no hablar de la Unión Soviética. Su economía está dirigida como si fuera una empresa criminal y depende de su monopolio sobre los mercados energéticos europeos; la sociedad rusa experimenta una caída demográfica vertiginosa, y la única forma que tiene Putin de reforzar su legitimidad doméstica es mediante una dieta sostenida de antiamericanismo y postureo que pretende demostrar la fortaleza rusa. Si los americanos no pueden mantener a Putin a raya, se preguntan nuestros aliados, ¿quién más puede empezar a pelear en una categoría superior contra nosotros?

Con Putin mediando en el acuerdo propuesto sobre las armas químicas sirias, los aliados estadounidenses seguramente teman que se esté tramando un arreglo similar para el programa de armamento nuclear iraní. Ahora que desempeña el papel de subalterno de Putin, Obama es capaz de aceptar prácticamente cualquier acuerdo con Teherán, con tal de obtener un pedazo de papel y dejar atrás la cuestión. Mientras los israelíes, los saudíes, los emiratíes, los jordanos y los turcos, entre otros aliados de Oriente Medio, contemplan cómo crece el caos en Siria y, lo que es más importante, cómo se pierde el poder y el prestigio norteamericano en el Golfo Pérsico, otros aliados están empezando a contar los cadáveres que la Casa Blanca ha dejado sobre el terreno.

La Administración abandonó Irak después de que Estados Unidos invirtiera miles de vidas norteamericanas y miles de millones de dólares. Sin un acuerdo sobre el estatus de las fuerzas, la Casa Blanca cedió de forma efectiva la influencia sobre el Gobierno de Bagdad a Irán, que lo ha empleado como eje de transporte para reabastecer las fuerzas que tiene combatiendo para Asad en Siria. El dictador sirio, aliado de Teherán, sigue en el poder dos años después de que Obama exigiera su retirada. Mientras, aliados norteamericanos eran derrocados en Túnez y Egipto. Aún no está claro si Obama prefiere estabilidad o democracia, porque, dos años después, tras dos violentos cambios de Gobierno en El Cairo, aún carece de una política coherente para el mayor Estado árabe. La Casa Blanca quería reducir su huella en Oriente Medio, lo que hasta ahora ha supuesto hacer que Norteamérica y sus aliados sean más vulnerables. Un año después del asesinato de cuatro norteamericanos en Bengasi, incluido el embajador estadounidense en Libia, nadie ha sido llevado ante la justicia por ello.

Pese a todo lo que se ha hablado del giro hacia Asia, aliados norteamericanos como Japón, Corea del Sur y Taiwán se preguntan si no es más que un eslogan. Con China y Corea del Norte enfrente, ¿se sienten seguros con unos compromisos de seguridad estadounidenses que pueden estar vacíos? En Europa, Obama vendió a checos y polacos en 2009 al cancelar un sistema de defensa antimisiles para no irritar a los rusos. Si entonces ya estaba dispuesto a vender a unos aliados menores, ¿cómo de servil será con Rusia, ahora que Putin le ha ayudado a salvar la cara respecto a Siria?

Obama dijo en su discurso de la semana pasada que está de acuerdo con quienes se preguntan por qué Estados Unidos tiene que ser el policía del mundo. Pero llamarlo “policía” fue siempre caricaturizar lo que es el verdadero papel mundial de Norteamérica. Desde la Guerra Fría, nuestro poder e influencia se ha basado en una estrategia muy simple: asegurar la libertad de comercio y los mercados abiertos que mantienen activa la economía norteamericana de costa a costa, y asegurar la paz en Europa, el equilibrio en Asia, la hegemonía en el Golfo Pérsico y el dominio en nuestro propio hemisferio. En otras palabras: Estados Unidos no patrulla el mundo a beneficio de los demás; más bien somos una superpotencia con aliados en todo el mundo porque nuestro principal interés, y también un interés fundamental para nuestros aliados, es una Norteamérica fuerte.

Al hacernos más pequeños en el mundo, Obama arriesga hacernos también más pequeños en casa. Quiere centrarse sólo en la política doméstica, pero eso es un lujo que uno se puede permitir con una capacidad de proyectar poder en el exterior para mantener la paz. Obama ha vuelto a Norteamérica menos poderosa y menos respetada en el mundo, y con menos confianza en el exterior y en casa. Ahora afrontamos tres largos años de control de daños antes de que el próximo presidente pueda comenzar con la nada envidiable tarea de reparar y restaurar.

The Weekly Standard