Efraim Inbar, presidente del Jerusalem Institute for Strategy and Security (JISS), hace un repaso de la trayectoria de Isaac Rabin con motivo del 25º aniversario de su asesinato a manos del ultranacionalista religioso Yigal Amir.
A juicio de Inbar, Rabin murió sabiendo que el Proceso de Oslo no se vería coronado por el éxito porque los palestinos no estaban verdaderamente dispuestos a firmar la paz con Israel.
El primer ministro y ministro de Defensa Isaac Rabin fue asesinado hace 25 años por un fanático judío debido a que buscaba alcanzar la paz con los palestinos por medio de la partición de la Tierra de Israel (en lo que se llegó a conocer como el Proceso de Oslo). En cada aniversario de la tragedia surge el debate a propósito del legado de Rabin.
Sólo una ínfima minoría niega que, en líneas generales, el Proceso de Oslo fue un fiasco, porque el movimiento nacional palestino ni estaba ni está preparado para un compromiso histórico con el movimiento sionista. Hay pruebas de que Rabin llegó a esta misma conclusión antes de ser asesinado. Rabin fue escéptico con Oslo desde el principio, y proyectó una creciente ambigüedad al respecto. [De hecho,] consideró poner fin al proceso. Con todo, el fiasco de Oslo fue responsabilidad suya.
En retrospectiva, quizá no había otra manera de llevar al liderazgo y a la sociedad israelí a la conclusión de que Israel no tenía un socio para la paz que haciéndole pagar un precio de sangre.
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Rabin estaba preparado para la partición de la Margen Occidental, en consonancia con la posición tradicional del sionismo, pero insistió en que Israel tuviera unas fronteras defendibles. Jamás se distrajo con un retorno a las fronteras de 1967 o con intercambio territorial alguno. En su último discurso ante la Knéset [Parlamento], el 5 de octubre de 1995, incidió en el mapa de su predilección. La frontera oriental (…) de Israel sería el Valle del Jordán (“en su más amplia expresión”). Jerusalén (unida) y su entorno quedarían incluidas en Israel. Rabin habló de una “entidad” palestina (que sería “menos que un Estado”) que se encargaría de los asuntos palestinos.Esas formulaciones estaban (y están) en sintonía con el consenso israelí y fueron citadas este año en el plan de paz de la Administración norteamericana (el Plan Trump). De hecho, la cautela y suspicacia de Rabin en lo relacionado con la paz representan un necesario correctivo ante cierta euforia ambiental que se registra actualmente en Israel. Rabin advertía a menudo al público de que Israel está en Oriente Medio, donde los tratados de paz son, en el mejor de los casos, fenómenos temporales.
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Los logros de Rabin en el ámbito de la seguridad nacional fueron notables. Como jefe del Estado Mayor, hizo de las FDI [Fuerzas de Defensa de Israel] una poderosa maquinaria militar y la condujo a la victoria en 1967 [Guerra de los Seis Días] (…) Como primer ministro, contribuyó a reconstruir las FDI en el periodo posterior a 1973 [Guerra del Yom Kipur]. Como ministro de Defensa, sacó a Israel de la ciénaga libanesa en 1985. Consiguió combatir la intifada con tenacidad pero sin dejar demasiadas cicatrices en las FDI ni en la sociedad israelí. En 1994 llegó a un acuerdo de paz con el Reino de Jordania.
Su asesino privó a Rabin de la oportunidad de asumir el fracaso del Proceso de Oslo, que él no lanzó pero sí respaldó orgullosamente.
Quien tal sostiene es nada menos que el director del diario izquierdista Haaretz, Aluf Benn, quien destaca la gran desconfianza que sintió siempre el mandatario israelí hacia su teórico socio para la paz, Yaser Arafat, y llama a recuperar el proceso de paz con la celebración de una conferencia como las que llevan sin producirse precisamente desde el asesinato de Rabin.
Hoy, Rabin es considerado un izquierdista ansioso por entregar territorios y crear un Estado palestino sobre las ruinas de los asentamientos y de los sueños de los colonos [de poseer] toda la Tierra de Israel. Se trata de una imagen que sirve a los dos lados del mapa político: la izquierda necesita un héroe y la derecha un traidor. Se trata de un completo despropósito.
Rabin quería reforzar la posición internacional de Israel con la ayuda de su amigo el presidente de los Estados Unidos Bill Clinton, así como desarrollar alianzas con los regímenes ‘moderados’ de Oriente Medio –Egipto, Jordania, Marruecos, Túnez, Omán, Qatar y Turquía (antes del ascenso de Erdogan al poder)– para contrarrestar el creciente poderío de Irán. Pero fue tacaño en lo relacionado con la devolución de territorios.
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[Rabin] no mostró amistad ni camaradería hacia [Arafat] y le vio con suspicacia hasta el día de su muerte. Se sentía mucho más cómodo con el rey Husein de Jordana y con el presidente egipcio Hosni Mubarak.
Los acuerdos que ha suscrito Netanyahu con Emiratos y Baréin remiten mucho más al legado de Rabin que a la retirada unilateral de Gaza de Ariel Sharón. (…) los países árabes están aceptando a Israel como un vecino deseable y como un lobbista en Washington. No se ha tocado un centímetro de tierra ni movido a un solo colono a cambio, y lo único que han obtenido los palestinos han sido unas pocas declaraciones de cara a la galería.
No podría estar Yair Lapid más en desacuerdo con Benn. A juicio del líder del partido liberal Yesh Atid, el difunto líder del Partido Laborista atesoraba cualidades de gran liderazgo de las que a su juicio carece el actual primer ministro, Benjamín Netanyahu, a quien dirige acerbas críticas sin citarlo por su nombre e insta a dar pasos decisivos en la resolución del conflicto con los palestinos.
El auténtico legado de Rabin no es la paz o la guerra. Es la confianza. El liderazgo de Rabin se basaba en la confianza. La gente creía en él y por tanto confiaba en él. (…) Vivió y murió siendo un hombre digno. Decía lo que pensaba y hacía lo que decía. Fue asesinado porque su asesino le creía.
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Aducir que el único legado de Rabin radica en que fue asesinado es un intento de manipular la Historia. A Rabin no le definió su muerte sino su vida. El legado de Rabin es un modelo de liderazgo. Definió para nosotros los valores de un líder israelí y desde entonces le hemos traicionado una y otra vez.
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Los bienvenidos acuerdos con Emiratos, Baréin y Sudán han sido presentados ante la opinión pública israelí como logros que significan que podemos seguir sin hacer nada con los palestinos. Se trata de una visión tremendamente miope. Esos acuerdos deberían ser el primer paso de un largo camino hacia la separación con los palestinos. Deberíamos utilizar esos acuerdos para relanzar la solución de los dos Estados por medio de una conferencia regional. He aquí el interés nacional israelí (…)
Si Israel saca de la mesa la solución de los dos Estados, hemos de decidir qué vamos a ofrecer en su lugar. ¿Cuál es la alternativa? ¿Cómo vamos a seguir siendo una democracia judía, un Estado nacional liberal, si no tenemos idea de qué hacer con los millones de palestinos que viven bajo nuestro mandato? Se trata de un penoso dilema que provoca daños políticos a todo aquel que lo afronta. Precisamente por eso lo abordó Rabin. Él comprendió que era su deber como líder.