El día después de que se firmara el acuerdo con Irán, muchos periódicos locales [libaneses] llevaron dos fotografías muy expresivas a sus portadas. Eran imágenes de madres libanesas que lloraban sobre ataúdes cubiertos con banderas de Hezbolá, publicadas bajo otras fotos más grandes de mujeres jóvenes iraníes que celebraban la victoria en las calles de Teherán. Esa imagen, más que cualquier otra cosa que apareciera en los periódicos de ese día, revelaba cuál era el futuro del conflicto regional.
Mientras los iraníes disfrutarán de los beneficios económicos y, posiblemente, sociales del acuerdo, los demás chiíes seguirán librando las batallas regionales de Irán. El acuerdo controla el programa nuclear iraní, no sus agresivas ambiciones en la región. En cierto sentido, el acuerdo controla a Irán dentro de Irán, no en el vasto Oriente Medio.
Los Guardianes de la Revolución son quienes adoptan las decisiones subyacentes a las operaciones militares iraníes en la región, y no hay nada en el acuerdo que los obligue a detener su maquinaria asesina en Siria y el resto de la zona. Podrán disfrutar de los beneficios económicos y proseguir con sus operaciones militares.
Incluso con las sanciones, Irán no dejó de financiar dichas operaciones. Según el enviado especial de Naciones Unidas Staffan de Mistura, la República Islámica ha invertido entre 6.000 y 35.000 millones de dólares al año en apoyar a Bashar al Asad. A comienzos de julio, Asad obtuvo de Teherán la ratificación de una línea de crédito de 1.000 millones de dólares. Todo eso sucedió con las sanciones en vigor, y es una inversión demasiado elevada como para desperdiciarla. Así que ahora que está firmado el acuerdo, Asad, Hezbolá y otras milicias chiíes en Siria probablemente recibirán más armas, combustible y mercenarios chiíes procedentes de Afganistán y Pakistán.
Probablemente Irán se comporte bien en el ámbito doméstico. El argumento de que los partidarios iraníes de la línea dura se oponen al acuerdo y el presidente Hasán Ruhaní tiene el reto de convencerlos no es más que una pantomima. Los partidarios de la línea dura no tienen ningún problema con el acuerdo mientras éste traiga consigo prosperidad económica y al mismo tiempo permita que Irán refuerce sus operaciones militares en la región. Y eso es exactamente lo que va a ocurrir.
El desafío, sin embargo, no está en Irán. Asad y Hezbolá recibirán un empujón económico y armamentístico que prolongará el conflicto, aunque no necesariamente vaya a ponerle fin a su favor. La prolongación de la guerra tendrá repercusiones tanto para los árabes chiíes como para los suníes.
Hezbolá se beneficiará de la inyección económica y podrá aumentar los servicios sociales que recientemente tuvo que recortar. Eso ayudará también al Partido de Dios a reclutar más chiíes en el Líbano y en la región para que combatan en Siria. Con mejores salarios y beneficios sociales, muchos de los cada vez más chiíes sin empleo se unirán a la guerra. Pero cada vez más regresarán en un ataúd.
Esto ya está creando agitación en la comunidad chií. La falta de alternativas hace que muchos guarden silencio, pero eso no significa que estén contentos con las muertes y la ausencia de victorias. Ante la falta de alternativas, la creciente insatisfacción entre los chiíes no provocará un debilitamiento de Hezbolá en el Líbano. Al contrario: el movimiento no detendrá su guerra en Siria, y los chiíes libaneses y de otros lugares serán siempre las víctimas. El único resultado de todo ello será que la comunidad se verá más aislada: por sus propios líderes, debido a que emplean un discurso cada vez más sectario, y por las otras comunidades, que ahora sólo pueden considerar a los chiíes sus enemigos.
Por otra parte, los suníes de la región no van a correr mejor suerte. Para ellos, Estados Unidos y Europa han elegido bando. En nuestra región, las impresiones a menudo son más importantes que la verdad, y para la mayoría de la población de Oriente Medio Estados Unidos se ha puesto de parte de un bando en este conflicto sectario. Esa impresión ha provocado el temor de que los estadounidenses se alíen con Irán en toda la región –algo como lo que ha comenzado a ocurrir en Irak– para luchar contra el Estado Islámico, lo que también reforzará la posición de Irán y de sus milicias en Siria.
Incluso si resultan no ser ciertos, estos temores son válidos aunque sólo sea porque nadie les ha prestado atención. El acuerdo se ha firmado, y ninguna autoridad ha respondido a estas preocupaciones con la profundidad y estrategia necesarias.
Para derrotar al Estado Islámico, Estados Unidos también necesita a la comunidad suní como aliada, no como enemiga. Por eso habría que ocuparse de dar respuesta a esas preocupaciones hoy mismo. En caso contrario, la consecuencia será una mayor militarización y radicalización de la comunidad suní.
Además está la cuestión demográfica, que se opondrá directamente a los intereses iraníes en Siria. Más dinero para Irán no reducirá el odio sectario que este conflicto ha exacerbado. Con un conflicto más radicalizado tanto en el bando suní como en el chií, la demografía acabará por imponerse. Los chiíes siempre serán una minoría que seguirá librando una batalla por su existencia, y los suníes de Siria no dejarán de tratar de luchar contra Hezbolá y otras milicias chiíes extranjeras presentes en su país.
El acuerdo con Irán garantiza beneficios económicos y sociales para el pueblo y las autoridades iraníes. Le brinda a la Administración Obama su legado, pero hace que la guerra en la región sea más sectaria y radicalizada.
© Versión original (en inglés): NOW
© Versión en español: Revista El Medio