Contextos

Egipto: la identidad arabo-musulmana como maldición

Por Luqmán el Masri 

bandera-egipto
"A medida que los egipcios conozcan el mundo que les rodea, llegarán a apreciar los valores que salvaguardan los derechos humanos y la dignidad. Esto, a su vez, les hará mucho más favorables a asociarse con países como Israel, cuyos ciudadanos son por lo general más felices y están más seguros, y sus derechos están protegidos por la Ley"

Soy egipcio, y tengo algunas preguntas incómodas.

¿Cómo descendió Egipto desde su condición de gran civilización que una vez fascinara al mundo hasta una posición de insignificancia que raya en la irrelevancia? ¿Qué principios y valores mueven a los egipcios? ¿Qué nos define como nación? ¿Qué moldeó nuestras creencias y convicciones? ¿Por qué vemos a los palestinos como amigos y a los israelíes como enemigos? ¿Por qué mantenemos una alianza estratégica con EEUU, aunque el egipcio medio piensa –como la mayoría de los árabes– que EEUU es un Estado vil que conspira con Israel contra ellos? Tenemos un acuerdo de paz con Israel, pero el hecho de considerar una siquiera visita a ese país se interpreta como un acto de traición. ¿Por qué decimos una cosa y hacemos otra?

Egipto está como está porque su pueblo abrazó una identidad impuesta, algo antinatural y poco saludable. Mantenemos un fuerte apego a quienes casi erradicaron por completo nuestro estilo de vida e hicieron de Egipto una sombra de lo que fue.

Si los egipcios quieren recuperar el respeto del mundo y poner las bases de una comunidad nacional sana y justa, debemos reinventarnos. Lo que implicará el replanteamiento de nuestras alianzas. Debemos abandonar la identidad panárabe que nos impusieron los militares. Y rechazar las convicciones y creencias que igualmente se nos impusieron durante tantos años de ocupación árabe.

Los escoceses no se llaman a sí mismos ingleses. Los africanos occidentales cuyos países fueron ocupados por Francia no se llaman a sí mismos franceses, aunque, como nosotros, hablen la lengua de sus colonizadores. ¿Por qué los egipcios se identifican como árabes, a pesar de las pruebas en contrario, incluido un reciente análisis de ADN que muestra que no tenemos más de un 20% de árabe?

La historia, el contexto y los efectos de la conquista y ocupación árabe-islámica, en torno al año 640, ofrecen suficiente material para múltiples doctorados en numerosos campos de estudio. Con todo, el perjuicio causado a Egipto por la adopción forzosa de la identidad árabe se puede desglosar en unos cuantos rasgos.

1. Una persistente creencia en teorías conspiratorias

Las teorías de la conspiración abundan en todo el mundo árabe. Aunque el fenómeno no se limita exclusivamente a esa parte del planeta, en ninguna otra ha calado tanto. Investigaciones recientes muestran que la gente es más propensa a creer en teorías conspiratorias cuando se siente impotente y amenazada; he aquí un estado mental inherente al panarabismo, que sostiene la especie de que Occidente e Israel conspiran constantemente contra los árabes y que estos no pueden hacer gran cosa al respecto.

Ese fatalismo nos hace un gran daño a los egipcios. La convicción de que el futuro del país escapa a nuestro control, y de que las medidas que adopta el Estado son una mera reacción a una amenaza existencial externa (apoyada por una quinta columna local), no es sino una conveniente forma de excusar que no hayamos logrado nada meritorio desde la ‘revolución de julio de 1952’. Considérese, por ejemplo, la extendida creencia en lo que cuenta el libelo antisemita de Los protocolos de los sabios de Sión. En lugar de trabajar para conformar una comunidad democrática y sana, los egipcios se conforman con creer que son las desgraciadas víctimas de un grupo de siniestros extraños que celebraron una serie de reuniones secretas para decidir su futuro y el del mundo entero. ¿Para qué vamos a tratar de moldear el futuro de nuestro país? Los oscuros poderes organizados contra nosotros son demasiado para nosotros. Lo único que podemos hacer es rezar y esperar que las cosas no vayan demasiado mal. Tal es la voluntad de Alá.

2. El doble rasero

Los árabes utilizan las varas de medir que mejor les convengan en función de las circunstancias. Los musulmanes y los egipcios se refieren a la colonización islámica de Egipto como una Fatah, o ‘apertura’, lo que implica que no hubo una conquista por la fuerza, sino una adopción pacífica y milagrosa del islam. Se niegan categóricamente a reconocer que la islamización de multitud de países, empezando por Egipto y todos sus vecinos del norte de África, fue resultado de la amenaza o la violencia. Acto seguido, las mismas personas acusan a Israel y a los judíos de querer judaizar la región, incluso antes de la fundación del Estado de Israel.

El icono panárabe más hábil al aplicar ese doble rasero fue el presidente Gamal Abdel Naser, que pronunció brillantes y ardientes discursos contra Occidente y sus supuestas conspiraciones para destruir Egipto mientras emitía decretos presidenciales para desmantelar templos y monumentos ancestrales y entregarlos a EEUU, Gran Bretaña y otros países occidentales. Sermoneó al pueblo egipcio sobre la necesidad de sacrificarlo todo en aras de la libertad y la independencia, pero encarceló a miles de personas que lo único que habían hecho era discrepar de él; muchas de ellas fueron ejecutadas.

3. Una historia de fracasos 

Un profesional de la defensa europea me dijo una vez que siempre le pareció desconcertante que la UE y la OTAN fuesen más capaces que los Estados árabes de trabajar juntas y sin mayores problemas. A diferencia de los árabes, los miembros de esas organizaciones no comparten un mismo idioma, y en su historia reciente hay guerras devastadoras; sin embargo, logran de algún modo colaborar con éxito.

La juventud egipcia de hoy lo sabe, y reconoce abiertamente el fracaso del panarabismo. Aunque a los árabes les interesa trabajar juntos de forma productiva, y hay un gran potencial intrínseco a esa cooperación, se han demostrado incapaces de lograrlo. Por multitud de razones.

Tal vez la más importante sea que las principales figuras que defendieron un frente árabe unido (desde Naser, Hafez Asad o Sadam Husein hasta Muamar el Gadafi) fueron dictadores despiadados y egoístas cuyas habilidades para el liderazgo fueron tremendamente sobrevaloradas. Naser es ahora ampliamente ridiculizado en las redes sociales y descrito por muchos jóvenes como una pistola de fogueo: hizo mucho ruido, pero perdió todas las guerras o campañas militares importantes en las que estuvo involucrado.

También está el problema de que los egipcios no quieren verse eclipsados por otra entidad árabe. Algunos académicos del país sostienen que la República Árabe Unida (RAU), como se denominó la efímera unión de Egipto y Siria (1958-1961), supuso que, por primera vez desde el establecimiento del antiguo Egipto, en torno al 3150-3100 aec, el país dejó de existir. Los pasaportes egipcios emitidos en ese periodo no hacían referencia alguna a Egipto. Aunque algunos ensalzan aquel periodo, como los viejos buenos tiempos de unidad, frente a la frustrante era moderna de división y conflicto, la mayoría de la gente –en particular los millennials– son indiferentes a esa unidad o completamente inconscientes de ella. Y, en cualquier caso, el argumento de que la RAU representó una exitosa colaboración árabe es fácilmente refutado por el hecho de que no sólo duró muy poco, sino que se vio arruinada por disputas internas y los intentos de cada país de dominarla. Lejos de demostrar el gran potencial de la unidad panárabe, la RAU es la prueba de que el panarabismo es un proyecto fracasado.

A medida que Egipto abandone el panarabismo, habrá que buscar un sustituto que llene el vacío. El momento es perfecto para que Israel y los países occidentales diseñen una estrategia que permita a los egipcios comunicarse con su vecino judío y con Occidente sin temor a las represalias por parte del implacable aparato de seguridad de su país. A medida que los egipcios conozcan el mundo que les rodea, llegarán a apreciar los valores que salvaguardan los derechos humanos y la dignidad. Esto, a su vez, les hará mucho más favorables a asociarse con países como Israel, cuyos ciudadanos son por lo general más felices y están más seguros, y sus derechos están protegidos por la Ley.

© Versión original (en inglés): BESA Center
© Versión en español: Revista El Medio