Contextos

EEUU decide rendirse en Afganistán

Por Clifford D. May 

Militares norteamericanos desplegados en Afganistán.
"En 2001, al anunciar la ofensiva norteamericana contra el Talibán y Al Qaeda, el presidente Bush proclamó: 'No vacilaremos, no nos cansaremos, no flaquearemos y no fracasaremos'. Veinte años después, el presidente Biden ha decidido que vacilemos, nos cansemos, flaqueemos y fracasemos. Y tanto nuestros amigos como nuestros enemigos tomarán cumplida nota"

Si no fueran abstemios, los talibanes le habrían dado al champán tras el anuncio del presidente Biden de retirar unilateralmente las tropas norteamericanas de Afganistán el próximo 11 de septiembre.

Ese día podrán celebrar el 20º aniversario del peor ataque terrorista en suelo americano –perpetrado por sus aliados de Al Qaeda– y su propia victoria sobre los estadounidenses justo 20 años después. Y acto seguido acometerán su proyecto de resucitar lo que denominan el emirato islámico de Afganistán, eslabón de una futura cadena califal.

Entre los que bendicen la decisión de Biden se encuentra el general Collin Powell, que ha declarado: “[También los soviéticos] se cansaron y se fueron a casa. ¿Alguien se sigue acordando?”.

Los islamistas de todo el mundo, ciertamente. Y de una manera muy vívida. Fue su exitosa lucha contra la URSS lo que alentó el auge de Al Qaeda. Dos años después, la URSS dejaba de existir, circunstancia que no consideran una mera coincidencia.

Al optar por la derrota, EEUU reafirma la creencia islamista en que la yihad global tiene el respaldo de la divinidad. Los islamistas redoblarán sus esfuerzos a como dé lugar.

En cuanto a los gobernantes de Irán, también ellos se consideran yihadistas, y pueden contar con que Biden no representa una amenaza y les concederá el acuerdo que andan buscando; uno que les despeje el camino para imperar en un Estado islámico abiertamente comprometido con el “¡Muerte a América!”.

También se habrán visto alentados y reforzados los adversarios de EEUU en Pekín, Moscú y Pyongyang.

Ya puedo oír el repiqueteo del teclado: “¡Pero hemos de poner fin a esta guerra interminable!”. En efecto, Afganistán ha sido una carga. Las distintas Administraciones han fracasado en el desarrollo de una estrategia coherente, o incluso a la hora de explicar lo que está en juego. Pero eso no convierte la renuncia –que también estaba en la lista de quehaceres de Trump– en una buena opción. Ni siquiera en la opción menos mala.

Tras los ataques del 11-S, el presidente George W. Bush no se equivocó al derrocar a Talibán, el dadivoso y para nada arrepentido anfitrión de Al Qaeda.

Desde 2003 hay sobre el terreno una Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF) de la ONU, capitaneada por la OTAN, que llegó a tener desplegados 30.000 hombres de 50 países distintos.

Enseguida la ISAF se vio empantanada ante unas guerrillas talibanes a las que se permitió refugiarse en Pakistán, amienemigo de EEUU. Once años más tarde, la ISAF puso el foco en el adiestramiento, asesoramiento y asistencia de unas fuerzas afganas que asumieron la responsabilidad de proseguir con la lucha.

Hoy, el número de soldados extranjeros en el país es de sólo 10.000, de los que poco más de 3.500 son norteamericanos –ínfimo porcentaje de los 1,3 millones con que cuenta EEUU en situación de servicio activo–. Para la comparación: el pasado enero, en la colina del Capitolio de Washington hubo más de 25.000 hombres desplegados.

El contingente norteamericano en Afganistán procura inteligencia, logística y apoyo aéreo y operativo a los 300.000 integrantes de las fuerzas de seguridad del país. Como consecuencia, y aunque el Talibán controla o amenaza vastas extensiones de terreno en las zonas rurales, se le ha impedido conquistar Kabul, los grandes centros de población y las capitales de provincia. A día de hoy, la mayoría de los afganos no vive bajo la férula talibán.

Igualmente significativo es el hecho de que Al Qaeda no haya conseguido lanzar un segundo ataque en territorio americano. Si esto le lleva a pensar que Al Qaeda es una sombra de lo que fue, piénselo otra vez: según un reciente informe del Gobierno norteamericano, Al Qaeda está “ganando fuerza en Afganistán y sigue operando bajo los auspicios del Talibán”.

El apoyo norteamericano a las fuerzas afganas ha venido frustrando las ambiciones tanto de Al Qaeda como del Talibán. ¿Durante cuánto tiempo deberíamos seguir ayudando a los afganos a combatir al enemigo común? EEUU se mantuvo en Alemania tras la II Guerra Mundial, y allí sigue (con unos 35.000 hombres). También estamos en Japón (unos 50.000) y en Corea del Sur (unos 30.000). Las tropas norteamericanas están igualmente en países como Siria, Irak, Kuwait y Qatar. Para apoyar a nuestros amigos y recopilar información de inteligencia sobre nuestros enemigos; para detenerlos cuando es posible y golpearlos cuando no. La alternativa es tratar de interceptarlos una vez hayan cruzado nuestras inseguras fronteras o enviar a los servicios de emergencias –cuando falla la interceptación.

“Poner fin a la implicación de EEUU en una guerra interminable no pone fin a la guerra interminable”, ha enfatizado el general David Petraeus, que asimismo ha destacado que no sirve a los intereses estratégicos del país renunciar a “la plataforma que procura Afganistán” para la lucha antiterrorista en una región que alberga a más de 20 organizaciones consideradas terroristas por los propios EEUU.

En 2011, los asesores de seguridad nacional del presidente Obama recomendaron mantener tal plataforma en Irak. Si no dejamos una fuerza modesta, es probable que resurja el yihadismo, advirtieron. Pero Obama decidió cantar victoria y marcharse. Lo que vino a continuación fue la emergencia del Estado Islámico y el auge de las milicias chiíes leales a la República Islámica de Irán. Obama tuvo que mandar fuerzas americanas de vuelta a Irak en 2014, bajo condiciones mucho peores.

Una última preocupación: como las fuerzas afganas apoyadas por EEUU se han pasado dos décadas combatiendo al Talibán, millones de afganos han podido hacer cosas prohibidas por los talibanes, como mandar a sus hijas a la escuela. Si les abandonamos, lo más probable es que esos avances lleguen a su fin y que los aliados locales de EEUU sean asesinados. ¿Lo entiende el presidente Biden?

En 2001, al anunciar la ofensiva norteamericana contra el Talibán y Al Qaeda, el presidente Bush proclamó: “No vacilaremos, no nos cansaremos, no flaquearemos y no fracasaremos”. Veinte años después, el presidente Biden ha decidido que vacilemos, nos cansemos, flaqueemos y fracasemos. Y tanto nuestros amigos como nuestros enemigos tomarán cumplida nota.

© Versión original (en inglés): FDD
© Versión en español: Revista El Medio