Desde hace seis meses hay una campaña militar, liderada por los Estados Unidos, contra el Estado Islámico de Iraq y al Sham (ISIS, por sus siglas en inglés) en Irak y Siria, pero los combatientes yihadistas lucen más confiados, duchos y crueles que nunca. En fechas recientes han divulgado un video en el que quemaban vivo a un piloto jordano y otro con la decapitación de un periodista japonés.
Sobre el terreno, pese a que los más de 2.000 ataques aéreos aliados han provocado algún retroceso del grupo –se le ha impedido conquistar la simbólica ciudad de Kobani, en la frontera sirio-turca–, su proclamado califato continúa subyugando amplias franjas del este de Siria y el oeste de Irak, un territorio del tamaño de Gran Bretaña.
¿Cómo ha podido suceder? ¿Quiénes son estas decenas de miles de guerreros santos que arrojan desde azoteas a supuestos homosexuales y hacen de las niñas esclavas sexuales? ¿Y qué tiene que hacer la comunidad internacional para derrotarlos? Éstas son algunas de las preguntas que el columnista de NOW Michael Weiss y el analista del Delma Institute Hasán Hasán pretenden responder en su libro ISIS: Inside the Army of Terror («Estado Islámico: dentro del Ejército del Terror»).
NOW: Empiezan ustedes el libro con un perfil de Abu Musab al Zarqawi, el antiguo líder de Al Qaeda en Iraq, al que denominan el “padre fundador” del ISIS, y rastrean los orígenes de su ideología y militancia a través de predecesores históricos como Sayid Qutb, Abdalá Azam y Osama ben Laden. ¿Qué es lo que hace a Zarqawi tan relevante?
Michael Weiss: Zarqawi fue un ultra que pensaba que el mejor modo de librar la guerra santa consistía en desatar una guerra sectaria entre suníes y chiíes. Su lógica era simple: Estados Unidos había invadido Irak y noqueado un régimen de la minoría suní con décadas de antigüedad, reforzando así a Irán y a la mayoría rafida en Irak. Si Al Qaeda en Irak (AQI), predecesora del ISIS, atacara despiadadamente a los chiíes, decapitándolos y volando sus mezquitas y santuarios, entonces habría una reacción desproporcionada por parte de éstos que desencadenaría un baño de sangre contra los suníes. Los suníes que sobrevivieran verían a AQI como su único salvador y protector, y por supuesto se les unirían legiones de combatientes extranjeros que irían a Irak para combatir a los chiíes.
El problema con esta estrategia de guerra, como vieron Ben Laden y Zawahiri, es que también se enemistarían con muchos musulmanes y probablemente provocarían una gran respuesta por parte de Irán, con quien Al Qaeda no quería batallar por el momento y con quien ha mantenido una alianza táctica durante años. De hecho, Al Adnani, el actual portavoz del ISIS, dijo hace poco que Al Qaeda debe mucho a Irán, para justificar la demora del Estado Islámico a la hora de dirigir la yihad contra ese país. Ben Laden odiaba a Zarqawi por otras razones, además. Cuando se vieron por primera vez, en Kandahar en 1999, Zarqawi cargó contra los chiíes, con lo que ofendió al cacique de Al Qaeda, cuya madre era una siria alauita. De todas formas, por sus contactos en el Levante, Zarqawi fue tolerado por la organización, que financió su campo de entrenamiento en Herat, y se le aceptó en 2004 cuando prometió lealtad a Osama. Sin embargo, nosotros sostenemos en el libro que el divorcio entre AQI/ISIS y Al Qaeda fue siempre inevitable, dadas las subyacentes diferencias ideológicas y estratégicas.
Zarqawi no era lo que se dice un intelectual, pero tenía la astucia zorruna típica de los más eficaces líderes totalitarios. El viejo axioma de Stalin, “Donde hay un hombre, hay un problema. Si no hay hombre, no hay problema”, viene al pelo aquí. Para Zarqawi, era “Donde hay un chií, hay un problema…”. La demografía, pensaba, estaba de su lado, habida cuenta de que los suníes son muchísimo más numerosos que los chiíes en el mundo islámico. Desde el principio prestó particular atención a las Brigadas Badr, lideradas por Hadi al Amiri (un esbirro de la Guardia Revolucionaria iraní antes de que Estados Unidos tomara Irak), y en sus edictos de guerra gastó mucha más tinta en anatematizar a los chiíes que a los americanos, los kurdos, los cristianos o cualquier otro grupo. Zarqawi creía que Estados Unidos iba a acabar abandonando Irak de todos modos: desangrar a la superpotencia era un paso intermedio hacia el objetivo final de restaurar a los suníes en el poder en Bagdad bajo la bandera del califato. Su proyecto fue fundamentalmente revanchista, algo que olvidan aquellos que prefieren ver a AQI y ahora al ISIS sólo bajo el prisma del contraterrorismo.
De hecho, Zarqawi otorgó gran importancia a la mezquita Al Zangui de Mosul, donde oró Saladino antes de ir a combatir a la Segunda Cruzada y que cayó bajo el dominio de Nur al Din Mahmud Zangui en el siglo XII. Por medio de la guerra y un matrimonio de conveniencia, Nur al Din agrupó Mosul y Alepo en un feudo suní. No por casualidad el debut de Abu Bakr al Bagdadi como califa Ibrahim tuvo lugar durante un sermón del Ramadán de 2014 en esa misma mezquita. Zarqawi había dicho: “La chispa ha prendido aquí, en Irak, y su fuego irá cobrando fuerza, con el permiso de Alá, hasta que arrase a los ejércitos cruzados en Dabiq”. Dabiq es la histórica Alepo. Por eso el ISIS ha llamado así, precisamente, a su revistilla de propaganda, y por eso pone ese lema mesiánico en cada número de la misma. A diferencia de Ben Laden, que nunca gobernó sobre un territorio tan extenso como Gran Bretaña, el ISIS se presenta como el ejecutor del proyecto de su artífice jordano.
NOW: Una de las cuestiones más interesantes que abordáis en el libro es el solapamiento de la estructura organizativa del ISIS con la del antiguo régimen de Sadam Husein. ¿Podrían comentarnos algo a este respecto?
Weiss: Cuando parecía inevitable que los Estados Unidos irrumpieran en Irak en 2003, Ben Laden emitió una curiosa proclama en la que abogaba por la unión entre los muyahidines y los “socialistas infieles” del país. Por supuesto, se refería a los baazistas, que estaban a punto de ser derrocados. Fue una gran jugada, porque, como descubrieron posteriormente Derek Harvey y otros miembros de inteligencia militar de Estados Unidos, la primera insurgencia no estuvo liderada por AQI o Zarqawi sino por sadamistas, que usaron para ello redes preexistentes de contrabando.
Los sadamistas sólo querían aliarse con los yihadistas contra un enemigo común, de hecho algunos de ellos eran tremendamente laicos. Sadam había lanzado una Campaña de Fe Islámica en los 90 diseñada para dotar de más religiosidad a su régimen, tras su asombrosa derrota en la Primera Guerra del Golfo (fue entonces, por cierto, cuando se añadió a la bandera del Irak baazista el lema “No hay más dios que Alá”), pero también, y esto es más importante, para controlar el islamismo doméstico y evitar que se convirtiera en una amenaza. Todo esto generó un híbrido ideológico frankensteiniano, mezcla de baazismo y salafismo. El problema fue que muchos baazistas acabaron convirtiéndose en completos salafistas. Algunos acabaron en la insurgencia y, más tarde, en la política iraquí, por ejemplo el expresidente del Parlamento Mahmud al Mashadani.
Ni siquiera los auténticos baazistas tenían reparos en una alianza de conveniencia con los takfiris. Izat al Duri, antiguo vicepresidente de Irak, estaba especializado en introducir coches de contrabando en el país; esos coches eran fácilmente convertidos en coches bomba, que luego eran lanzados por yihadistas contra, por ejemplo, la sede de la ONU en Bagdad, en lo que fue la mayor operación de Zarqawi en Irak. Con una ofensiva de cinco días, el Ejército de Al Duri Naqshbandi abrió el camino para la toma de Mosul por parte del ISIS en junio del año pasado.
AQI-ISIS ha experimentado muchos cambios en su liderazgo en sus 11 años de historia. Antes de su muerte (2006), Zarqawi quería iraquizar lo que se había convertido en una franquicia comandada por extranjeros, pues consideraba que era lo mejor para atraer a los iraquíes. La culminación de este cambio fue que muchos expartidarios de Sadam se infiltraron en los niveles más altos de la organización. Hoy es difícil no encontrar un ex teniente, coronel o capitán del Mujabarat [el servicio secreto] o la milicia iraquí en los órganos militares y de inteligencia del ISIS. Al Maliki –no el ex primer ministro, sino el especialista en armas químicas– murió recientemente en un bombardeo norteamericano [sobre posiciones del ISIS], por ejemplo. Esto explica por qué el ISIS opera con un nivel de sofisticación mayor que el de la variopinta insurgencia local en el campo de batalla. Estos son los fantasmas de Sadam. También explica por qué son tan buenos con la propaganda y la desinformación. ¿Adivinan quién les enseñó? ¡Los malditos soviéticos y el KGB!