Durante el Discurso sobre el Estado de la Unión del 29 de enero de 2002, el presidente George W. Bush afirmó que Irak, Irán y Corea del Norte constituían una amenaza para Estados Unidos. Esos tres países y sus aliados terroristas constituían «un eje del mal, que está armándose para amenazar la paz en el mundo”. La lista se amplió cuando, el 6 de mayo de 2003, el subsecretario de Estado, John R. Bolton, se refirió, en un discurso titulado «Más allá del Eje del Mal», a Cuba, a Siria y a Libia como Estados que financiaban el terrorismo y que contaban con programas en marcha o con potencial para dotarse de armas de destrucción masiva.
Tras la invasión de Irak de marzo de 2003, comenzaron las especulaciones sobre qué país sería el siguiente de la lista del Eje del Mal al que la Casa Blanca pondría en la mira. Así, en junio de 2003 John Sullivan se preguntaba en The National Review si tras Irak el siguiente país sería Irán («After Iraq, Iran?»). James Fallows hacía lo propio en diciembre de 2004 en The Atlantic («Will Iran Be Next?»), y Charles Glass se preguntaba en julio de 2003 en la London Review of Books si sería Siria («Is Syria next?»). En octubre de aquel año una editorial de la revista estadounidense The Nation planteaba la cuestión en los mismos términos («Is Syria next?»). Puestos en el objetivo del Gobierno Bush, tanto Siria como Irán contribuyeron al auge de la violencia en Irak durante la ocupación estadounidense. Su objetivo era retener a las fuerzas estadounidenses en una larga y sangrienta campaña de contrainsurgencia que limitara las opciones estratégicas de la Casa Blanca. En el caso de Siria, el régimen de Bashar al Asad instrumentalizó a los grupos yihadistas. Dejó que el país se convirtiera en la ruta favorita de los yihadistas que iban a combatir a Irak y en santuario de los insurgentes.
En octubre de 2007, las fuerzas militares estadounidenses eliminaron en la ciudad de Sinyar al responsable de la región fronteriza sirio-iraquí del Estado Islámico de Irak. Entre sus pertenencias se encontró abundante documentación, en lo que se llegó a conocer como los Papeles de Sinyar. Al año siguiente, el Combating Terrorism Center de la academia militar de West Point publicó un análisis de los documentos, concretamente la ficha de 606 miembros extranjeros del Estado Islámico de Irak. De cada uno se recogían datos como la edad, el lugar de origen y la profesión. De muchos de ellos también se detallaba la ruta que siguieron para llegar a Irak. Y aunque los recorridos intermedios variaban, Siria era el principal lugar de paso, con la ciudad de Deir Ezzor como destino preferido, antes de esperar en Abu Kamal el cruce a Al Qaim, ya en territorio iraquí. En el informe se refleja la falta de información en aquel entonces sobre el papel del régimen de Bashar al Asad en el flujo de yihadistas vía Siria. Sí quedó constancia de que las redes que se encargaban de trasladar voluntarios para la yihad en Irak dentro de territorio sirio eran ajenas a la organización Estado Islámico de Irak. Es decir, el traslado a lo largo del país hasta la frontera era cosa de redes ajenas a los yihadistas.
El régimen de Bashar al Asad permitió que los radicales islamistas sirios marcharan a Irak. Como hicieron los regímenes árabes en los años 80 al facilitar la marcha a Afganistán, se conseguía librar al país de una fuerza potencialmente opositora enviándolos a un lugar peligroso, con la perspectiva de que no volvieran. Según los Papeles de Sinyar, 389 fichas del total de 606 especificaban el rol asignado en Irak al individuo en cuestión, por ejemplo, aspirante al martirio o terrorista suicida. El régimen toleró las predicaciones del clérigo radical Abu al Qaqa, que se centraba en llamar a la yihad contra Estados Unidos y los judíos. Murió tiroteado el 28 de septiembre de 2007, y entonces se señalaron sus vínculos con el régimen sirio, y cómo se había ganado la enemiga tanto de Estados Unidos como de los yihadistas iraquíes.
El 26 de octubre de 2008 la Special Activities Division, rama paramilitar de la CIA, lanzó una operación junto con las fuerzas especiales estadounidenses en Abu Kamal, la localidad siria convertida en último punto de reunión para los yihadistas antes de que cruzaran la frontera con Irak. El objetivo de la operación fue Abu Ghadiya, responsable de la red encargada de hacer cruzar la frontera a los voluntarios extranjeros. El Gobierno sirio definió la operación como una “agresión terrorista”. El periodista israelí Ronen Bergman dice que fuentes estadounidenses le aseguraron que la operación había contado con el beneplácito del régimen sirio. De ser cierto este último dato, significaría que por aquel entonces aquella región oriental de Siria había quedado ya en manos de los yihadistas.
Dos meses después, el general Petraeus tuvo una reunión en Bagdad con el primer ministro Nuri al Maliki. Sabemos el contenido de esa reunión porque se filtró en uno de los documentos de Wikileaks. Al Maliki se quejó de que Siria había acogido a altos cargos del régimen de Sadam Husein (v. la primera parte de este artículo). Petraeus, por su parte, habló de cómo el régimen sirio «jugaba con fuego» permitiendo la actividad yihadista en su territorio. Según él, la inteligencia siria estaba al corriente de la actividades de Abu Ghadiya.
Cuando estalló la Primavera Árabe, el régimen de Bashar al Asad lanzó un tímido paquete de reformas. El 31 de mayo de 2011 decretó una amnistía general de presos. Los principales beneficiarios fueron los islamistas radicales, no los manifestantes y disidentes que habían terminado en la cárcel, donde sufrieron torturas y violaciones. Es difícil creer que Asad albergara dudas sobre las actividades que los islamistas radicales emprenderían al ser liberados. Y efectivamente engrosaron las filas de los grupos armados que luchaban contra el régimen. Buena parte de los líderes de los grupos yihadistas sirios que luchan en el país sufrieron condena en la misma cárcel a las afueras de Damasco y fueron puestos en libertad en la amnistía de 2011. Hablamos de personajes como Zahran Alush, líder de Jaysh al Islam, o de Hasán Abud, líder de Ahrar ash Sham. Pero también de comandantes del Estado Islámico como Awad al Majlaf y Abu al Ahir al Absi, que ocupan puestos destacados en Raqa y Homs, respectivamente.
La irrupción del Estado Islámico de Irak en la guerra no supuso un contratiempo para el régimen sirio. La proclamación del Estado Islámico de Iraq y al Sham (el Levante o Gran Siria) en abril de 2013 produjo, en primer lugar, un cisma en las filas yihadistas. Cuando Abu Baker al Bagdadi, el líder del Estado Islámico, anunció la extensión del grupo de Irak a Siria, anunció también la absorción de Jabhat al Nusra, el grupo sirio afiliado a Al Qaeda. Ayman Al Zawahiri, el líder de Al Qaeda, intervino entonces para solicitar la disolución de la estructura del Estado Islámico en Siria y reconocer a Jabhat al Nusra como su representante reconocido. Sin embargo, Abu Baker al Bagdadi no sólo desoyó al líder de Al Qaeda, sino que se reafirmó en la absorción de Jabhat al Nusra. Este cisma produjo un trasvase de líderes y combatientes justo poco antes de la entrada de la guerra civil siria en una nueva fase más encarnizada, con la intervención decisiva de Irán y Hezbolá, en la primavera de 2013.
En segundo lugar, el crecimiento del Estado Islámico se produjo a costa de los territorios controlados por el Ejército Sirio Libre y Jabhat al Nusra, principalmente en la parte oriental de Siria, que el régimen daba ya entonces por perdidos. Además, en el noreste del país, el Estado Islámico lanzó ataques contra los grupos rebeldes sirios para apoderarse de los corredores de comunicación con Turquía. Ante la expansión del EI, el régimen sirio no se mantuvo pasivo. Ayudó con ataques aéreos algunas de las ofensivas del EI. Y en ocasiones, como en la ofensiva rebelde de enero de 2014 en Alepo e Idlib, la aviación siria bombardeó las zonas arrebatadas al EI.
Pero el asunto más polémico y que muestra la ambigüedad de las relaciones entre el Estado Islámico y el régimen de Asad es el comercio del petróleo. El Estado Islámico ha desarrollado una enorme y productiva maquinaria económica que le ha permitido ser autosuficiente. Uno de sus grandes negocios es la venta de petróleo a muy bajo precio y con una pobre calidad de refinado. Vía intermediarios y contrabandistas, ese petróleo llega a Turquía, el Kurdistán iraquí y a las zonas controladas por el régimen sirio. Uno de los intermediarios que suministran al régimen sirio es George Haswani, cuya empresa de ingeneria Hesco estaría aportando el apoyo técnico para la explotación de una planta gasística en manos del Estado Islámico.
El objetivo de Bashar al Asad al permitir que su país se convirtiera en la retaguardia de la insurgencia yihadista de Irak fue reducir el margen de maniobra estratégico de Estados Unidos, atrapado en una postguerra larga y sangrienta tras la invasión de Irak de 2003. Luego permitió que los yihadistas sirios engrosaran las filas de la oposición armada al régimen abriendo las puertas de las cárceles. Con esta maniobra trató de presentar el conflicto sirio como una guerra contra el yihadismo y plantear a Occidente un dilema entre el caos de un país en guerra y la barbarie de su régimen. El objetivo de Bashar al Asad es presentarse como el mal menor. Pero la realidad, en palabras de Fouad Ajami, es que ha desempeñado siempre el papel de pirómano y bombero. Y eso es algo que deberíamos tener en cuenta antes de correr a considerarlo parte de la solución a los problemas de Siria.
Del Irak de Sadam y la Siria de Asad al Estado Islámico (1).