La situación crítica del país, con la filial local de Al Qaeda perpetrando matanzas a diario, pone de manifiesto el error de EEUU de haberlo abandonado a su suerte antes de tiempo, sostiene el Grupo de Estudios Estratégicos (GEES).
Una parte de la culpa la tiene la guerra civil en Siria, convertida en una guerra sectaria y regional (‘proxy war’) que ha dado nueva vida a la insurgencia suní en Irak, erosionado la cooperación entre los líderes tribales –que fue crucial durante el surge norteamericano en 2007– y hecho que crezca la amenaza del retorno de las milicias chiíes. La ola de ataques de los últimos meses se debe principal aunque no exclusivamente al Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS), un subproducto local de Al Qaeda. Muchos combatientes suníes, unidos bajo esta bandera, consideran a esas dos naciones dos frentes diferentes de una misma guerra con un ambicioso objetivo: un califato.
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En medio de toda esta tormenta, el primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, llegará a Washington para pedir ayuda. Sabe que para EEUU la lucha contra el terrorismo sigue siendo una prioridad. Pero nadie olvida el error de Washington y Bagdad de no haber sido capaces de acordar mantener tropas norteamericanas en el país. Qué duda cabe de que si hoy hubiera un puñado de fuerzas especiales norteamericanas trabajando con los iraquíes se tendría más incidencia en la lucha contra Al Qaeda.
Una vez destruidas las instalaciones y la maquinaria de producción de sustancias prohibidas, proceso que culminó este pasado viernes, la cuestión se centra en cómo llevar a cabo la eliminación de los depósitos de armas químicas existentes a lo largo y ancho de Siria. De momento, informan David Alandete e Isabel Ferrer en el diario español El País, no hay candidatos.
(…) de momento no se ha identificado un solo país que esté dispuesto a recibir las armas y sustancias tóxicas para destruirlas en su territorio, ya que Siria no cuenta con las instalaciones necesarias, y construirlas sería imposible en el contexto de una guerra que se ha cobrado ya más de 100.000 vidas y ha obligado a abandonar sus hogares a seis millones de personas.
Estados Unidos, que el mes pasado desistió de un ataque con misiles contra el régimen sirio a cambio de un acuerdo en el marco de la ONU para que este acepte deshacerse de sus arsenales químicos, ha pedido a una serie de países que reciban parte de ese armamento para destruirlo. De esa lista secreta solo ha respondido por ahora Noruega, que dijo el viernes públicamente que no podrá hacerlo por «limitaciones temporales y factores externos», según un comunicado de su ministerio de Exteriores.
Husein Ibish explica en The National los graves efectos que el conflicto sirio y la involucración del grupo terrorista libanés en el mismo están generando en el país del Cedro, con su ya de por sí precario equilibrio étnico y religioso.
La fragmentación del Estado sirio está desbordando rápidamente las fronteras del país. El Líbano en particular está enfrentándose al peligro de una desintegración estatal sin precedentes (…). Eso explica la mayor crisis del Líbano desde el final de la guerra civil, que duró quince años, desde mediados de los años 70 a finales de los 80 del siglo pasado.
En Irak, el desbordamiento sirio se está manifestando fundamentalmente en los atentados suicidas y con coches bomba perpetrados casi a diario, con más de mil víctimas mortales sólo en el pasado mes de septiembre. Pero la política interna iraquí no está tan condicionada por los acontecimientos de Siria como el Líbano.
The Washington Post publica una nota de los responsables de la organización Proyecto para la Democracia en Oriente Medio sobre la ayuda norteamericana al Ejército egipcio en la que abogan por su reforma urgente.
La reciente decisión de EEUU de suspender la ayuda militar a Egipto ha provocado numerosas críticas. La medida ha reforzado la sospecha de muchos egipcios de que la política estadounidense es hipócrita y falta de principios.
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El paquete de ayuda a Egipto, tanto en su estructura como en su contenido, es simplemente una reliquia del pasado –de cuando servía a los intereses de ambos países, en 1979–, pero hoy es algo prácticamente fuera de la realidad. En muchos aspectos podría decirse lo mismo de las relaciones bilaterales en su conjunto. Mientras el poder cambiaba de manos (de los militares de Mubarak a Morsi y vuelta a los militares), el Gobierno de EEUU ha fracasado en adaptarse a las circunstancias, permaneciendo enredado en la vieja política de miras estrechas de apoyar a los actores políticos del momento mientras se buscaba influir en los acontecimientos sólo a través de ruegos educados.
Francisco Carrión, corresponsal del diario español El Mundo en El Cairo, relata las duras condiciones de vida de los sirios que llegaron a Egipto huyendo de la guerra que asuela su país.
A diferencia de los campamentos de refugiados de Turquía, Jordania e Irak –donde viven cerca de dos millones de sirios–, Egipto trató como compatriotas a los desplazados por la guerra civil. El Gobierno islamista les proporcionó atención médica y educación gratuitas y las asociaciones de caridad costearon los gatos de vivienda a las familias menos pudientes.
Desde la asonada [el golpe militar que destituyó al Gobierno islamista de Mohamed Morsi], las nuevas autoridades han aplicado el puño de hierro con detenciones y deportaciones y los canales de televisión han espoleado el odio. «Hay un creciente nivel de xenofobia. Dicen que los sirios fueron pagados para participar en protestas de la Hermandad y se están registrando detenciones continuadas», reconoce a este diario la investigadora de Human Rights Watch Tirana Hasan.
«La hospitalidad ha sido reemplazada repentinamente por la desconfianza y el resentimiento. Han aumentado las amenazas verbales, las agresiones físicas, las detenciones y las deportaciones», denuncian desde la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) en El Cairo. En la diana y sin esperanza, la emigración ilegal se ha convertido para muchos en la única escapatoria.