Dejemos claras algunas cosas: la matanza de ocho periodistas satíricos en París no fue una tragedia. Fue una atrocidad. Y aunque puede que se haya quedado impresionado por el ataque contra Charlie Hebdo, quien se haya sorprendido es que no ha estado prestando atención a los acontecimientos que se han ido desarrollando a lo largo de estas últimas décadas.
En 1989, diez años después del inicio de la Revolución Islámica en Irán, que siempre ha pretendido ser una revolución global, el gran ayatolá Ruholá Jomeini empezó a dictar las leyes islámicas que esperaba cumplieran musulmanes y no musulmanes no sólo en Irán sino en todos los lugares de la Tierra. Prohibió las críticas al Corán y al Profeta y emitió una fetua en la que llamaba a la ejecución de Salman Rushdie, un súbdito británico, por haber escrito una novela que, bajo su punto de vista, iba “en contra del islam”.
Los líderes europeos podían haber afirmado categóricamente que a ningún líder extranjero – religioso, político o, como era el caso, religioso y político– le sería permitido restringir las libertades europeas. Podrían haber trasladado ese mensaje mediante la suspensión de relaciones diplomáticas, la imposición de sanciones económicas o la amenaza de una acción militar. En su lugar, aconsejaron al señor Rushdie que no se hiciera notar y empleara guardaespaldas.
Tal irresponsabilidad pronto se convirtió en norma. Un ejemplo: hace un año Hashem Shabani, poeta de 32 años, miembro de la minoría árabe de Irán, fue ahorcado. No se había burlado de Mahoma ni había bromeado a cuenta del Corán. De hecho, no está claro lo que hizo para provocar la ira de los gobernantes iraníes. Todo lo que sabemos es que se le declaró culpable de Moharebeh, es decir, de librar una guerra contra Dios, así como de “sembrar la corrupción sobre la Tierra”. También sabemos que la sentencia de muerte fue aprobada por Hasán Ruhaní, el “moderado” presidente iraní.
Aunque algunas organizaciones de derechos humanos publicaron declaraciones contundentes, los apologistas occidentales del régimen clerical no se inmutaron. Los diplomáticos occidentales tampoco modificaron su acercamiento a Irán, su afán por conseguir una détente con la República Islámica. Y a los pocos meses el presidente Obama expresó su confianza en que Irán pueda desempeñar “un papel constructivo” en el conflicto de Irak.
Mientras escribo esto, el corresponsal del Washington Post Jason Rezaian se está pudriendo en una prisión iraní. Encarcelado desde julio, “los detalles de los cargos siguen siendo desconocidos”, según el Post. Se le ha negado el acceso a un abogado, así como a los diplomáticos a cargo de los intereses americanos. ¿Qué impacto piensa usted que puede tener su encarcelamiento en los periodistas occidentales que se encuentran en Irán, en su disposición a informar sin temor?
Hay mucho más. Y todo esto debería pesar enormemente en la conciencia de los miembros del nuevo Congreso de EEUU. Un proyecto de ley presentado por los senadores Robert Menéndez (demócrata) y Mark Kirk (republicano) reimpondría sanciones vigorosas a Teherán si, y sólo si, la intransigencia iraní continuara evitando el progreso en las interminables negociaciones para el desmantelamiento verificable del programa iraní de armas nucleares. El presidente Obama no quiere tener esa inciativa legislativa en su escritorio y la vetará llegado el caso, a menos que una supermayoría en el Congreso pueda doblarle la mano.
El Congreso debería considerar los antecedentes en materia de negociaciones del Gobierno estadounidense durante los últimos años. Las conversaciones para detener el desarrollo de armas nucleares en Corea del Norte fracasaron. El reseteo con Rusia dio mucho a cambio de muy poco. Más recientemente, el presidente Obama concedió a los hermanos Castro el reconocimiento que habían anhelado a cambio de nada significativo. Los negociadores de Irán no esperan levantarse de la mesa habiendo conseguido menos para su Líder Supremo, Alí Jamenei.
El ubicuo “Je suis Charlie” y la manifestación contra el terrorismo celebrada en París y encabezada por los líderes mundiales fueron motivo de esperanza. Pero, la verdad sea dicha, alguno de los líderes que participaron en dicha manifestación son hostiles a la libertad de expresión y amigos de los terroristas. La matanza de París, así como la carnicería continua en Nigeria, la limpieza de cristianos en casi cada rincón de Oriente Medio y la guerra de exterminio contra Israel, el único país de la zona que no está regido por musulmanes, son puntos que al conectarse forman un cuadro sangriento de un islam más radical, revolucionario y supremacista que nada de lo que haya dibujado jamás dibujante alguno de Charlie Hebdo.
En un contexto no muy distinto, Churchill dijo: “Esto es sólo el principio de la hora de la verdad. Solo es el primer sorbo, el anticipo de un amargo cáliz que se nos brindará año tras año, a menos que, en una suprema recuperación de la salud moral y el vigor marcial, nos levantemos de nuevo y defendamos la libertad como en los viejos tiempos”. ¿Adoptarán esta postura los líderes mundiales, las Naciones Unidas y los medios de comunicación, o, tras hace una exhibición de solidaridad en las calles de París por un solo día, volverán al apaciguamiento, la prevaricación, el autoengaño y la sumisión?
Por lo menos, el ataque a Charlie Hedbo debería recordarnos el daño que puede hacer un pequeño grupo de terroristas librando lo que ellos denominan yihad. La República Islámica de Irán, señalada por el Gobierno de Estados Unidos como el principal promotor mundial de terrorismo, se define como un Estado yihadista, dedicado a “la conquista de [otros] países para que los mandatos del islam se obedezcan en todos los países del mundo”, según las palabras del ayatolá Jomeini.
¿Qué pasaría si su sucesor, el ayatolá Jameini, que continúa diciendo que América es “enemiga” del islam, consiguiera tener la capacidad de desplegar armamento nuclear? Es algo que los miembros del nuevo Congreso norteamericano deben tener en cuenta, si verdaderamente prestan atención a los acontecimientos que se están desarrollando en el mundo
Foundation for Defense of Democracies