Contextos

¿De pronto es posible un acuerdo entre Estados Unidos e Irán?

Por Hussein Ibish 

Barack Obama y Hasán Ruhaní.
"Obama ha trazado una línea roja que, aparentemente, es muy sencilla: 'A Irán no se le debe permitir poseer armas nucleares'. Pero lo que a primera vista parecía más claro que el agua resulta estar bastante turbio""Para que las soluciones diplomáticas a los rompecabezas sobre las armas especiales tengan alguna expectativa de éxito es fundamental que permanezca sobre el tablero una amenaza creíble del uso de la fuerza"

Los que esperen ansiosos un “gran partido” entre Irán y Estados Unidos, mejor que se preparen para un posible largo aplazamiento del mismo.

El presidente estadounidense, Barack Obama, fue elegido para que acabara con conflictos en Oriente Medio y evitara otros en el futuro, no para iniciarlos, como han demostrado la crisis de las armas químicas sirias y la “solución diplomática” ruso-estadounidense.

El único embrollo en el Medio Oriente en el que Obama ha mostrado cierta inclinación a involucrarse (aparte de una muy enérgica campaña contra Al Qaeda, drones y acciones encubiertas incluidos) es el programa de armas nucleares iraní.

Obama ha trazado una línea roja que, aparentemente, es muy sencilla: “A Irán no se le debe permitir poseer armas nucleares”. Pero lo que a primera vista parecía más claro que el agua resulta estar bastante turbio, si lo analizamos de nuevo. Al menos dos partes de esa fórmula requieren ser explicadas: poseer” y armas nucleares.

Obama ha insistido en que Irán no debe construir un arma nuclear. En cambio, Israel insiste en que la República Islámica no debe ser capaz de construir armas nucleares. La política de Obama, si bien es algo turbia, compromete a Estados Unidos a llevar a cabo una acción militar contra el programa nuclear en algún momento si Irán sigue por el camino que lleva a un mayor enriquecimiento de uranio y a su empleo con fines militares.

Obama ha seguido una política de sanciones y de reiteradas ofertas de soluciones diplomáticas. Con el tiempo, las sanciones han afectado gravemente a la economía iraní, hasta el punto de que se ha demostrado, casi con total seguridad, que se equivocaban quienes advertían de que resultarían ineficaces.

Y ahora entra en escena el presidente Hasán Ruhaní.

Se presentó como un reformista, sobre todo en política exterior. El pueblo iraní, que parece culpar de las sanciones a su propio Gobierno más que a Occidente, le ha otorgado amplias facultades. Afirma que goza del pleno apoyo del Líder Supremo, Alí Jamenei; ambos han declarado, de forma poco convincente, que Irán no desea un arma nuclear.

Obama, naturalmente, preferiría evitar esta crisis potencial y pasársela a sus sucesores.

Incluso la misma opción militar puede ser sólo un factor temporal que postergue los acontecimientos, ya que, si Irán está totalmente comprometido y decidido a ello, puede acabar convirtiéndose, finalmente, en potencia nuclear, y así lo hará. Las únicas soluciones a largo plazo serían un cambio de régimen -con un nuevo Gobierno en el que confíe la sociedad internacional, o que abandone sus ambiciones nucleares- o la contención al estilo de la que se sigue con Corea del Norte.

Así que no se trata de cobardía o de debilidad por parte de Obama el que intente lograr un acuerdo que, básicamente, pare en seco la I+D nuclear iraní, o la ralentice a paso de tortuga durante lo que le queda de mandato. En realidad, se trata del mejor escenario posible para él desde el punto de vista político, y también para la política exterior norteamericana.

Dependería entonces de su sucesor el tratar de mantener este planteamiento disuasorio y, por tanto, el seguir evitando un enfrentamiento que nadie ansía.

Cuando inició su segundo mandato, Obama nombró a un equipo de política exterior (John Kerry, Chuck Hagel y John Brennan), al que ahora se han unido Susan Rice y Samantha Power, que en aquel momento pareció (y ahora lo parece más aún) un grupo escogido pensando precisamente en el problema iraní: “Le ofreceremos el mejor trato que pueda conseguir”.

Ruhaní ha igualado a Obama con cada uno de sus elegidos. Ha creado un equipo ideal para dialogar con Occidente. No sólo supone, personalmente, una enorme diferencia respecto al ridículo Mahmud Ahmadineyad,  sino que ha nombrado a un grupo de reformadores y tecnócratas para dirigir su Gobierno, entre los que destacan Mohamed Yavad Zarif, como ministro de Exteriores, y Alí Akbar Salehi, de nuevo al frente del programa nuclear iraní.

El contraste en fondo y forma con la era Ahmadineyad resulta destacable.

Sin embargo, ni siquiera un cambio estratégico implicaría necesariamente que Irán estuviera dispuesto a abandonar, o siquiera a suspender, su programa nuclear. Pero, a fin de acabar con las demoledoras sanciones y con el aislamiento internacional y regional, podría estar dispuesto a llegar a un acuerdo con la Administración Obama por el que, básicamente, las cosas se queden paralizadas tal y como están.

Aquí hay espacio para un planteamiento temporal en el que tanto Irán como Estados Unidos salgan ganando. El acuerdo sobre las armas químicas sirias podría ser, incluso, una especie de ensayo de lo que puede llegar a alcanzarse entre norteamericanos e iraníes.

En ambos casos, para que las soluciones diplomáticas a los rompecabezas respecto a las armas especiales tengan alguna expectativa de éxito es fundamental que permanezca sobre el tablero una amenaza creíble con el uso de la fuerza.

Ni la solución diplomática ni la militar funcionarán a menos que Irán abandone voluntariamente sus ambiciones nucleares o sea aceptado como un miembro fiable de la comunidad internacional; ambas posibilidades parecen remotas.

Pero ambos Gobiernos están indicando insistentemente que creen que aplazar cualquier enfrentamiento respecto a la cuestión favorece a sus intereses. Y, basándose en esto, de pronto se ha vuelto posible un pacto entre Estados Unidos e Irán. Pero resulta poco probable que sea un acuerdo que resuelva la cuestión de forma permanente; más bien será uno que gane tiempo para todo el mundo.

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