En los últimos dos meses la Unión Europea ha incluido al «ala militar» de Hezbolá en su lista de organizaciones terroristas y los países del Golfo Pérsico han anunciado su intención de estrechar el cerco sobre quienes colaboren con o financien a Hezbolá en su territorio. Por ello, el discurso cargado de connotaciones chiíes que pronunció hace unos días Hasán Nasrala llegó en un momento de gran tensión y tenía como objetivo reforzar los vínculos entre el partido y la propia comunidad chií. Ahora bien, su invitación a mostrar una plena identificación entre el partido y sus bases no sólo tiene como objetivo levantar la moral.
Hezbolá ha estado filtrando a la prensa su interpretación de las medidas de la Unión Europea y los países del Golfo. A su entender, constituyen un intento de golpearlo presionando a su base chií. Considera, tal y como recoge Al Ajbar, que los pasos que están dando los países del Golfo forman parte de una campaña contra el entorno en que se mueve el grupo en la zona y que su objetivo es «apretar las tuercas”, económicamente hablando, a sus bases. Según un periodista próximo a los círculos de Hezbolá, la dirección del grupo «teme implícitamente que el objetivo de la UE sea drenar el popular ‘ambiente propiciador’ en que el partido lleva nadando desde hace bastante tiempo».
Uno de los puntos de vista predominantes en la literatura académica sobre Hezbolá sostiene que ésta no puede ser etiquetada como organización terrorista porque representa a un amplio segmento de la sociedad. Lejos de ser una vanguardia o un grupo aislado cuyas raíces se asientan en la República Islámica de Irán, Hezbolá está profundamente arraigado en la comunidad chií libanesa. Hay quienes sostuvieron que asignar tal etiqueta a un partido con una base social amplia que respalda sus actividades afectaría a los diputados chiíes del Parlamento, lo que denotaría injustamente que la comunidad chií apoya a un grupo terrorista.
Lo que este planteamiento no alcanza a vislumbrar es que, precisamente, Hezbolá considera que la mejor manera de protegerse consiste en borrar toda distinción entre el partido y la comunidad. La integración de los chiíes –y, en un sentido más amplio, del Líbano– en el denominado proyecto de resistencia es una de las principales estrategias de Hezbolá desde hace mucho tiempo. Su vicesecretario general, Naim Qasem, lo ha planteado así:
Siempre quisimos una sociedad de resistencia, nunca nos conformamos con [ser] un grupo de resistencia (…) Quien vaya tras nosotros pensando que somos un grupo se cansará cuando descubra que se enfrenta a la sociedad de la resistencia.
La implicación es clara. Como Hezbolá está incrustada en la comunidad chií –y en el Líbano en general–, sus adversarios tendrán que detenerse antes de actuar, en atención a la ciudadanía y al conjunto del país. En 2006, cuando Hezbolá arrastró el Líbano a una guerra devastadora, incluso EEUU –que ya lo consideraba un grupo terrorista– trabajó con Beirut en las Naciones Unidas para detener las operaciones militares, preocupado como estaba por el propio Estado libanés y por sus ciudadanos. En otros términos, los chiíes y el resto de los libaneses han sido escudos humanos de Hezbolá, voluntaria o involuntariamente.
Hezbolá, con su fórmula Ejército, Pueblo, Resistencia, involucra deliberadamente en sus planes a la ciudadanía y al Estado. En el contexto de cualquier confrontación con Israel, la consecuencia de esta doctrina desde el punto de vista militar es la legitimidad para convertir en objetivos potenciales las infraestructuras civiles o estatales que utilice. De hecho, ésta ha sido la respuesta de Israel a la decisión de Hezbolá de transformar villas libanesas en complejos militares. La fórmula Ejército, Pueblo, Resistencia conduce por definición a la Doctrina Dahiye.
Pero, tal y como demuestra la decisión de los países del Golfo, las consecuencias van más allá de Israel. Cuando destacados comentaristas saudíes comienzan a escribir que el Estado del Líbano se ha convertido en «parte del problema» y que Beirut «debería pagar la factura» de las acciones de Hezbolá, se sabe que hay problemas. Quizá fuera el saber las implicaciones que tendría una doctrina que vincula al Estado y a la ciudadanía con las acciones de Hezbolá lo que hizo que el presidente libanés, Michel Suleimán, rechazara incluir la fórmula Ejército, Pueblo, Resistencia en una declaración oficial. De hecho, Suleimán dijo:
La resistencia decidió unilateralmente involucrarse en Siria, sin consultar al Ejército ni a la ciudadanía.
En cualquier caso, la reacción de Hezbolá a la decisión de la UE ha sido comprometer todavía más a la comunidad chií. Así, después de que la organización profiriera amenazas contra el contingente europeo de la Fuerza Provisional de Naciones Unidas en el Líbano (Unifil), fuentes no identificadas del liderazgo de Hezbolá se preguntaron retóricamente: «¿Cómo va a tratar con Unifil el entorno propiciador de la resistencia?». El mensaje de Hezbolá es que su base popular puede ser un instrumento de represalia contra Europa. Y lo mismo podría aplicarse en ámbitos distintos a Unifil. Tal y como advirtió claramente Ibrahim al Amin, editor de Al Ajbar y habitual difusor de las amenazas de Hezbolá, «cualquier presencia europea en nuestros países» es mal recibida y Europa «debería comportarse apropiadamente de aquí en adelante, puesto que se está moviendo en territorio hostil».
Algunos expertos en Hezbolá han advertido de que el etiquetarlo como grupo terrorista «puede llevar fácilmente a una guerra contra toda una sociedad en la que la organización está profundamente arraigada». Pero estos expertos han pasado por alto lo obvio: al implicar deliberadamente a la sociedad libanesa en su terrorismo, Hezbolá ha convertido a los libaneses ya no en escudos sino en cómplices.
Naim Qasem cacareaba el otro día que el Líbano necesita la resistencia para “proteger a sus futuras generaciones». En realidad, un Líbano encamado con Hezbolá difícilmente tendrá futuro alguno.