Desde los tiempos de la antigüedad, casi todos los lugares de Oriente Medio han padecido un exceso de Gobierno, pero el Líbano es una fascinante excepción. Es el único país de la región que no tiene el suficiente.
Su Gobierno es tan débil y disfuncional que ya no puede llevar a cabo las funciones más básicas. Han pasado meses desde que los empleados municipales retiraron por última vez la basura de las papeleras y contenedores de Beirut. Montañas de basura del tamaño de edificios se amontonan por todas partes. La ciudad –que parece un híbrido fascinante y a veces bello de Miami, París, Bagdad y Tel Aviv– apesta como el peor suburbio del mundo.
Sin duda, el lugar es a estas alturas un peligro biológico.
Los detractores del Gobierno, y también los agitadores, han tomado las calles con el eslogan “Apestas”. Gente de cualquier secta política y de cualquier partido político imaginable, desde los comunistas y Hezbolá a los cristianos de derechas y los liberales antisectarios, se han aliado para exigir al Gobierno que quite la basura; de la basura y de la política.
Los disturbios antigubernamentales son por lo general el resultado de una represión política real o percibida, pero los libaneses se están rebelando contra un vacío.
El Líbano se diseñó deliberadamente para tener un Estado débil, no tanto porque los libaneses sean libertarios por naturaleza (aunque muchos de ellos lo son, a su propia manera levantina), sino porque el país es demasiado diverso para agruparse en torno a un liderazgo central. Está dividido más o menos a partes iguales entre musulmanes suníes, musulmanes chiíes y cristianos. Una minoría drusa, más pequeña, hace las cosas aún más interesantes y complicadas.
Las tres principales comunidades religiosas del Líbano tienen valores sociales y políticos diferentes, y un débil Gobierno central permite a cada una un cierto grado de autodeterminación en sus asuntos locales y sociales. Un Estado central débil también evita que una secta pisotee a las otras. Esa es la teoría, de todos modos. Si una secta intenta hacerse con el control total, la guerra es inevitable.
Y por eso, en gran parte, nadie lo intenta. Ni siquiera Hezbolá ha intentado imponer sus normas a todo el país, como su régimen patrón en Irán. Cualquier intento de iranizar toda la sociedad se encontraría con una fiera y violenta resistencia por parte de casi todos. Hezbolá lo sabe. Así que ni siquiera se molesta. A pesar del fanatismo de Hezbolá, la mayor parte de Beirut sigue siendo tan decadente y desenfadada como Ámsterdam.
Total, que el sistema funciona, en cierto modo. Hasta ahora ha evitado que alguien como Sadam Husein o Muamar el Gadafi se haga con el control. La familia Asad de Siria gobernó durante un tiempo, pero sólo porque el Ejército sirio conquistó el territorio con una fuerza brumadora. El partido socialista árabe Baaz –creado y mantenido por la minoría alauita siria– era de otro lugar. Era una especie invasora, un injerto extranjero, y en 2005 el Líbano lo vomitó.
Así que el Líbano encontró el modo de liberarse del despotismo endémico del resto de la región. Viva el Estado débil. Pero el Estado es tan débil que ahora la capital se está ahogando en su propia suciedad.
¿Qué cantidad de Gobierno es la adecuada? Todos tenemos opiniones al respecto, pero en realidad nadie lo sabe. No es preciso decir que la Unión Soviética de Iósif Stalin tenía demasiado gobierno mientras que Somalia, con su violenta anarquía, tiene el problema contrario.
¿Y qué ocurre en los países más próximos al centro? ¿Estados Unidos o Canadá? ¿Reino Unido o los Países Bajos?
Las opciones en Oriente Medio son más extremas. ¿Preferirías vivir entre la liviana anarquía libanesa o bajo el autoritarismo moderado de Jordania? Jordania no sufre muchos problemas de recogida de basuras hoy por hoy, pero los jordanos no pueden votar a favor o en contra del rey, y la libertad de expresión no abunda.
Es un pequeño dilema, ¿verdad? “Incluso los sirios que huyen de la guerra se declararon sorprendidos por la falta de infraestructuras en el Líbano”, escribe Anne Barnard en The New York Times. “Algunos de ellos, sin embargo, insinúan cierta envidia de que el débil Estado libanés permita libertades inexistentes en Siria, donde las protestas se sofocaron con mortífera fuerza”.
El Líbano es obviamente un lugar mejor que Siria en estos momentos, a pesar de todos sus problemas. Nadie abandonaría el contenedor de basura que es Beirut por los letales campos de Alepo. El Líbano, al menos, no es una zona bélica. El Gobierno no está arrojando bombas de barril sobre los barrios residenciales, y no hay un ejército terrorista genocida obligando a los niños a ejecutar a sus enemigos.
Pero el Foro Económico Mundial clasifica al Gobierno del Líbano como el cuarto menos eficiente de todo el mundo.
Eso tiene algunas ventajas. Allí puedes vivir más o menos como un ser humano libre. Lo sé porque yo lo hice entre 2005 y 2006. Peter Grimsditch, un residente británico que había dirigido el Daily Star de Beirut, me dijo una vez que nunca había estado en ningún lugar del mundo donde se sintiera menos presionado por el poder del Estado.
Esto también tiene algunas desventajas, sin embargo.
Está el problema de la basura, por supuesto.
Y el hecho de que una milicia patrocinada por Irán –Hezbolá– haya logrado acumular más capacidad militar que el Ejército nacional.
Y he aquí una curiosidad: el Líbano no ha tenido presidente alguno durante más de un año. Imaginemos que un lugar con un autoritarismo crónico como Egipto tuviese ese problema.
E imaginemos que a Barack Obama le sucediera en el cargo… nadie. No Hillary Clinton. No Jeb Bush. No Donald Trump. No Bernie Sanders.
Nadie.
La idea es ciertamente atractiva en algunos aspectos. Probablemente los norteamericanos podrían salir del paso unos años con un Despacho Oval fantasma.
Pero imaginemos que eso también significara no tener nuevas plantas de energía durante los siguientes 30 años. Que no se arreglasen las carreteras. Que no hubiese una red hidráulica operativa. Que no hubiese recogida de basuras. Con milicias por doquier que lanzasen guerras contra Canadá y México.
El país podría anhelar alguna especie de dictador después de soportar ese tipo de disfunción durante demasiados años.
¿Sucederá eso en el Líbano? Lo dudo. Los libaneses no serían capaces de ponerse de acuerdo sobre qué tipo de dictador tolerarían, en cualquier caso. Pero honestamente no tengo ni idea. Es un lugar extraño. No hay ningún en el mundo –desde luego, no en Oriente Medio– parecido.
Para atajar de raíz la mayoría de sus problemas, el Líbano tendrá que dejar de ser el Líbano. Pero eso no va a ocurrir, como Siria no dejará de ser Siria ni Irak dejará de ser Irak.
© Versión original (en inglés): World Affairs Journal
© Versión en español: Revista El Medio