Contextos

Asesinato en el Democracia Express

Por Clifford D. May 

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"Están quienes defienden que no había democracia egipcia a la que matar; ésta era solo un espejismo""Yo acusaría a Morsi de democraticidio. Había herido de muerte al experimento democrático mucho antes de que los militares entraran en escena""Habría sido mucho mejor si hubieran sido los votantes y no los soldados quienes hubieran apartado del cargo a Morsi"

¿Quién mató a la democracia egipcia? Varios analistas de política exterior de primera fila han ofrecido respuestas marcadamente divergentes al respecto.

Los militares egipcios son, por supuesto, los principales sospechosos. Jackson Diehl escribe en el Washington Post que “el mundo ha sido testigo de muchos golpes semejantes durante el último medio siglo. Al final, los perdedores (…) serán quienes lo alentaron”.

Jeffrey Goldberg, de Bloomberg, se encuentra entre quienes agitan los pompones. Así, escribe:

Hay tantas buenas razones para estar felices y agradecidos por el reciente giro de los acontecimientos en El Cairo. La guerra más encarnizada de los Hermanos Musulmanes era contra las mujeres. También han estado actuando de forma perseverante para marginar, e incluso aterrorizar, a la minoría cristiana de Egipto.

El ex primer ministro británico Tony Blair se sitúa en algún punto a medio camino entre ambos:

 Los acontecimientos que condujeron a la deposición del presidente Mohamed Morsi por parte del Ejército situaron a éste frente a una decisión sencilla: intervención o caos.

Por otra parte, están quienes defienden que no había democracia egipcia a la que matar; ésta era sólo un espejismo. Escribe Mark Steyn:

Los progresistas norteamericanos asumen tranquilamente que los países en vías de desarrollo quieren desarrollarse para convertirse en algo similar a una democracia occidental (…) La Hermandad fue detenida, pero no por nada reconocible como fuerzas de la libertad.

Y Andrew C. McCarthy añade:

En Egipto, a estas alturas de los acontecimientos, los amantes de la libertad siguen estando en inferioridad numérica. Las manifestaciones masivas contra la Administración de los Hermanos Musulmanes son una señal alentadora de que la fuerza de los demócratas egipcios va en aumento, pero no deberían malinterpretarse como un absoluto rechazo al supremacismo de la sharia.

Yo acusaría a Morsi de democraticidio. Había herido de muerte al experimento democrático mucho antes de que los militares entraran en escena. Aparentó ser un demócrata para ganar unas elecciones y luego gobernó como un mayoritarista, a quien a veces se define como alguien cuya idea del Gobierno representativo es dos lobos y un cordero votando qué van a cenar.

Morsi, decidido a transformar Egipto en la versión de los Hermanos Musulmanes de un Estado islámico, violó escandalosamente los derechos de las minorías y la independencia del Poder Judicial, encarceló a periodistas por “insultar al presidente” -en las sociedades libres eso es una costumbre, no un delito- ignoró el imperio de la ley y procesó a norteamericanos que habían ido a Egipto para ayudar a promover la democracia.

Los egipcios podrían haber tolerado todo eso y mucho más si Morsi no hubiera perjudicado a la inversión y el turismo extranjeros, dos inestables pilares de la economía del país. Eso, a su vez, hizo que la pobreza y el hambre se propagaran a un ritmo alarmante.

Por si fuera poco, Morsi designó a un miembro de Gamaa Islamiya gobernador de Luxor, la ancestral ciudad en la que 58 turistas extranjeros fueron asesinados en 1997… por miembros de Gamaa Islamiya.

David Brooks, del New York Times, ha llegado a la conclusión (a regañadientes, pero de forma correcta) de que los Hermanos Musulmanes y otros “islamistas radicales son incapaces de dirigir un Gobierno moderno. Muchos tienen un modo de pensar absolutista y apocalíptico. Sienten una extraña fascinación por la cultura de la muerte (…) Una vez en el cargo, siempre van a centralizar el poder y a socavar la democracia que les hizo ascender”.

Hay quienes argumentan, como ha hecho el columnista Eugene Robinson, que, sin embargo, Morsi “respetó los términos de un tratado de paz con Israel”, estableciendo así “un extraordinario ejemplo para el resto del mundo musulmán”. Tonterías. En este momento, las Fuerzas Armadas egipcias no están en condiciones de combatir en otra guerra. Si Morsi hubiera sido tan insensato como para ordenar a sus generales que atacaran al Estado judío, se habrían reído en su cara -con suerte.

Sin embargo, de pronto no resulta inimaginable una guerra civil. El lunes pasado, soldados egipcios dispararon contra  una multitud de manifestantes contrarios a Morsi, y mataron a más de 50. Ese mismo día, el Middle East Media Research Institute (MEMRI), publicó un video en el que aparecían partidarios del depuesto presidente arrojando a oponentes desde una azotea. Se buscará venganza. Puede que las voces que piden calma no resulten convincentes.

Reuel Marc Gerecht, de la Fundación para la Defensa de las Democracias, afirma que habría sido mucho mejor si hubieran sido los votantes y no los soldados quienes hubieran apartado del cargo a Morsi (el islamismo habría quedado mucho más profundamente desacreditado). Estoy de acuerdo, pese a que, de algún modo, dudo que Morsi hubiera hecho las maletas y esperado a un taxi tranquilamente.

El general Abdul Fatah al Sisi, jefe de las Fuerzas Armadas egipcias, ha anunciado una hoja de ruta para salir de la crisis. Comenzará por la formación de un Gobierno civil y tecnócrata, y de un comité seleccionado de entre un amplio espectro político-ideológico -islamistas incluidos- que reescribirá la Constitución. Esto irá seguido de un referéndum, así como de elecciones legislativas y presidenciales. Llámenlo Democracia Egipcia 2.0.

¿Debería Estados Unidos apoyar este intento? Si somos realistas, ¿cuál es la alternativa? Al parecer, el presidente Obama también lo ve así, y por eso está tratando de sortear una ley estadounidense que prohíbe financiar a cualquier país en el que un Gobierno elegido democráticamente sea derrocado por un golpe o decreto militar.

El Wall Street Journal coincide con Obama -algo que no se ve todos los días- y señala que los 1.300 millones de dólares estadounidenses anuales en ayuda militar compran acceso a los generales egipcios. Sólo añadiría que ese acceso no debería confundirse con influencia. Si queda claro que no tenemos esta última -no sólo en políticas económicas, tampoco para garantizar derechos humanos para los cristianos y otras minorías- puede que fuera el momento de dejar de pagar por ese acceso.

Foundation for Defense of Democracies