Rara vez tienen los políticos la oportunidad de ver en el curso de apenas un día las consecuencias de las decisiones que adoptan. En Israel, la tierra de los milagros, esa oportunidad se acaba de presentar, luego de que, con motivo del Día de Jerusalén, el Gobierno y su más que dispuesta oficialidad decidieran seguir los pasos del primer ministro británico Neville Chamberlain en los años 30 y optar por el apaciguamiento total ante un enemigo implacable.
Todo empezó con la aquiescencia del Poder Judicial –célebre por no doblegarse ante nadie– ante la petición del fiscal general de posponer las deliberaciones sobre un caso civil de desalojo de unos inquilinos árabes de unas propiedades ilegalmente ocupadas en el barrio jerosolimitano de Sheij Yarrah.
Por su parte, la Policía israelí decidió alterar el itinerario del desfile festivo que, con motivo del Día de Jerusalén, discurre por la Ciudad Vieja; para no herir sensibilidades entre los palestinos, dada la tensa atmósfera imperante. No contenta con eso, finalmente optó por suspenderlo.
Ese mismo día se decidió igualmente reaccionar con parsimonia al lanzamiento de misiles/cohetes y globos incendiarios por parte de un Hamás que consolidaba así su protección sobre la “Jerusalén árabe”.
Pero ¿ha funcionado el apaciguamiento?
Visto lo visto, las medidas israelíes han surtido tanto efecto como el infausto discurso de la “paz para nuestro tiempo” pronunciado por Chamberlain en octubre del 38; con la diferencia sustancial de que hubieron de pasar meses para la evaluación de la sagacidad del británico, mientras que la temeridad del liderazgo israelí ha quedado de manifiesto en sólo unas horas.
Lejos de quedar impresionada por la rama de olivo israelí, Hamás elevó sus exigencias. “Lanzaremos misiles contra Jerusalén si las fuerzas de ocupación no se retiran de la Puerta de Damasco”, advirtió. Como Israel no accedió a esa exigencia determinada, varios misiles cayeron en las colinas de Judea, causando pocos daños materiales y ningún herido. Pero sólo hicieron falta unas horas para que el goteo se convirtiera en avalancha sobre las localidades y comunidades del sur de Israel, causando graves daños materiales y la muerte a dos personas.
Tampoco los vándalos del Monte del Templo quedaron impresionados por los gestos conciliatorios de Israel y prosiguieron con sus protestas en las inmediaciones de la mezquita de Al Aqsa.
Mucho más preocupante es la explosión de violencia entre los ciudadanos árabe-israelíes, en ominosa reminiscencia de los disturbios masivos protagonizados por esta comunidad tras el desencadenamiento de la eufemísticamente llamada “Intifada de Al Aqsa”, la guerra terrorista lanzada por Arafat en septiembre de 2000. Así, en la localidad de Lod, el vandalismo árabe ha sido tal que hubo ciudadanos judíos sometidos a asedio que tuvieron que esperar horas para ser atendidos por la Policía. Temiendo por su vida, algunos dispararon al aire ante las turbas árabes, y en un caso hasta contra quienes lideraban los tumultos, lo que produjo el hecho extraordinario de que un civil judío se cobrara una vida.
Uno de esos judíos que ha tenido que defender a su familia ha declarado: “Nosotros queremos y de hecho hemos logrado tener relaciones de buena vecindad con nuestros vecinos árabes, pero Lod no puede convertirse en un nuevo Kishinev”, en alusión al célebre pogromo de 1903, en el que 49 judíos fueron asesinados e incontables propiedades judías, arrasadas. Inmortalizado en un poema por Haim Nahman Bialik, el poeta nacional del movimiento sionista, el pogromo hizo que decenas de miles de judíos abandonaran Rusia, pero también dio lugar a las primeras iniciativas de autodefensa judía organizada.
He aquí una prueba más, si es que fuera necesario, de que, por mucha fanfarria que se le dé en el ámbito de lo políticamente correcto, el apaciguamiento no funciona ante un enemigo implacable y desalmado. Lo que funciona es la firmeza y la defensa de la legalidad.
Los ciudadanos árabes de Israel y los residentes árabes de Jerusalén debe ser advertidos de que, como Estado sometido al imperio de la ley y comprometido con el bienestar y la seguridad de su ciudadanía, que comprende la libertad de culto para todas las religiones, Israel no tolerará una alteración masiva de la ley y del orden público. Lo cual quiere decir, por encima de todo, la detención, enjuiciamiento y encarcelamiento de los perpetradores de violencia contra ciudadanos y policías israelíes, así como de quienes han destruido, dañado o saqueado propiedades públicas (y privadas) en las últimas semanas. Y, lo más importante, hay que hacer públicas esas detenciones, para prevenir nuevos altercados en el futuro.
En cuanto a los enemigos exteriores, Hamás, la Yihad Islámica y Fatah, sobre ellos debe recaer todo el peso militar de Israel. Y cuanto antes, mejor. La creencia de que nada que no sea una derrota contundente pude llevarles a la moderación es tan ilusoria como el apaciguamiento chamberlainiano ante la Alemania nazi.
© Versión original (en inglés): BESA Center
© Versión en español: Revista El Medio