Los dos ataques terroristas registrados en Níger el pasado día 24 han sido el origen de una batalla dialéctica entre las autoridades del país y el Gobierno libio, con acusaciones mutuas de incapacidad a la hora de controlar a los grupos armados que operan en sus respectivos territorios. El régimen libio no puede disimular el caos que impera en el país desde el derrocamiento del dictador Muamar el Gadafi. Se ve impotente para vigilar sus amplísimas fronteras e impedir el tránsito de grupos armados hacia sus vecinos del sur y el oeste. Así las cosas, no puede resultar extraño que la franquicia local de Al Qaeda haya convertido la vasta zona meridional del país en su santuario.
Es lo que aseguran los expertos en terrorismo yihadista, para los que resulta evidente que Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) ha encontrado en el sur de Libia el escenario perfecto para implantar su base de operaciones. En los territorios fronterizos con sus vecinos del Sahel, en los que las alianzas tribales son la única fuente de autoridad real, cualquier grupo armado debidamente pertrechado puede moverse con entera libertad, bien a través de acuerdos con los distintos clanes, bien por la vía de la amenaza.
La intervención del Ejército francés en Mali para acabar con los focos de terrorismo islamista que amenazaban sus intereses en la zona ha expulsado a los grupos de Al Qaeda hacia el norte, lo que ha contribuido también a hacer de Libia un refugio para distintos grupos yihadistas. El coche bomba que estalló junto a la embajada de Francia en Trípoli el pasado mes de abril fue un mensaje que las células terroristas de Al Qaeda hicieron llegar al Elíseo. En efecto, Francia se ha convertido en un blanco prioritario del yihadismo en el Sahel y el norte de África.
La extraordinaria debilidad del Gobierno provisional libio hace que su deseo de imponer su autoridad sobre el inmenso territorio nacional no sea más que una quimera. Para agravar aún más la situación, los grupos terroristas islámicos que participaron en la guerra para derrocar a Gadafi se apropiaron de abundante armamento, que ahora tienen a su disposición para emplearlo en otros objetivos.
Este cúmulo de circunstancias explica la resignación con que los servicios de inteligencia libios constatan, semana tras semana, la apertura de nuevos campos de entrenamiento de Al Qaeda en el sur del país, convertido de hecho en la base de operaciones de la mayor amenaza terrorista para Occidente.