Los rumores de que el presidente iraní podría haber sido detenido en su propio país para ser interrogado ante el Consejo de Guardianes de la Revolución son coherentes con la dura pugna por el poder entre el Líder Supremo, Alí Jamenei, y un Mahmud Ahmadineyad que ya no puede presentarse a la reelección, después de haber cubierto dos mandatos.
Según fuentes internas, cuyos testimonios han sido recogidos por diversos medios internacionales, Ahmadineyad fue detenido el pasado lunes cuando volvía de inaugurar la Feria del Libro de Teherán y llevado ante el Consejo de Guardianes, donde fue amenazado para que no hiciera públicas ciertas informaciones que podrían dañar la imagen del régimen. Según esas mismas fuentes, Ahmadineyad dispondría de grabaciones en las que se demostraría el fraude electoral de su reelección en 2009, origen de las protestas multitudinarias que vivió el país durante varios meses, y habría mostrado su disposición a hacerlas públicas en caso de que Jamenei prohibiera a su candidato concurrir a las presidenciales de próximo mes de junio.
Según la Constitución de la República Islámica de Irán, el Consejo de Guardianes de la Revolución decide quién puede participar en las elecciones. El Consejo está formado por seis teólogos islámicos, elegidos por el Líder Supremo, y seis juristas designados por el máximo rector del sistema judicial, que a su vez debe el puesto al Líder Supremo, dignidad que detenta Jamenei desde la muerte de Jomeini, en 1989. Sólo los candidatos que cuenten con el visto bueno de este ente pueden ser validados por el Parlamento para su concurso en las presidenciales, que en esta ocasión se presentan más reñidas que nunca y en la que se baraja que participen al menos cuatro candidatos.
La escalada de tensión que implica la supuesta detención de Ahmadineyad es sólo el reflejo de una lucha por el poder que arranca de los comicios de 2009 y que podría llevar al régimen a una gravísima crisis, que es precisamente lo que los clérigos en el poder, encabezados por Jamenei, quieren evitar a toda costa.
Las caras visibles de los dos grupos enfrentados son la de Ahmadineyad, nacionalista, populista y partidario de separar los asuntos religiosos de las cuestiones políticas, y la de Alí Lariyani, presidente del Parlamento, ultraconservador y miembro de una dinastía que representa lo más parecido a una aristocracia dentro del régimen (su hermano Sadeq, por ejemplo, está al frente del poder judicial). Ambos contendientes han protagonizado sonoros enfrentamientos en el Parlamento, con acusaciones cruzadas de corrupción. Así, en febrero Ahmadineyad llegó a poner a los diputados una grabación en la que Fazel, uno de los hermanos Lariyani, habría ofrecido el apoyo de su familia a cambio de dinero. Lariyani contestó acusando a un hermano del presidente, Davud, de mantener contactos con las fuerzas extranjeras que quieren desestabilizar el país, acusación clásica del régimen iraní cuando pretende señalar a sus adversarios. Al día siguiente, Sadeq Lariyani ordenó la detención de Said Mortazavi, fiscal general de Teherán y firme aliado de Ahmadineyad, sin que hasta el momento se conozcan los cargos que pesan sobre él.
El escándalo mayúsculo desatado obligó a la primera autoridad del país, el ayatolá Alí Jamenei, a intervenir públicamente: reprobó la actitud de Ahmadineyad y de Lariyani, llamó a que no se pertubara “la paz psicológica del pueblo” y convocó a la unidad frente al “enemigo común” y las “conspiraciones” internacionales que, asegura, pretenden acabar con el régimen.
Con las elecciones de junio en el horizonte, tal vez las más más determinantes de la historia reciente de Irán, es previsible que los choques entre los partidarios de Ahmadineyad y Lariyani cobren fuerza. Los partidarios del todavía presidente del país defienden un nacionalismo de tintes populistas que quiere desvincularse del severo control ejercido por los clérigos desde la revolución islámica de 1979, mientras que los partidarios del presidente del Parlamento defienden el legado de Jomeini, basado en un fanatismo chií de nuevo cuño que ha generado su propia ortodoxia y representado por Alí Jamenei, cuyas relaciones con Ahmadineyad, a pesar de que nunca fueron buenas, ahora atraviesan con seguridad su peor momento.
Para que no queden dudas sobre lo que se juega en esta guerra, Ahamadineyad ya ha dejado claro que anulará las elecciones si su candidato, Esfandiar Rahim Mashei, no es autorizado por el Consejo de Guardianes a concurrir a los comicios. Con el precedente de las revueltas de 2009, es fácil suponer el cataclismo que una decisión de este calado podría provocar en un régimen con fundados motivos para temer por su supervivencia.