Contextos

Afganistán, hacia la debacle

Por Michael Rubin 

"El lunes de la semana pasada Afganistán asistió al primer traspaso pacífico de poderes de su historia (o, al menos, a la primera ocasión en la que un gobernante vivo se retiraba pacíficamente)""Los diplomáticos adoran las coaliciones de reparto del poder, y cuanto más amplias, mejor. En realidad, nunca funcionan""Conforme la ayuda internacional se evapore, los afganos no se quedarán de brazos cruzados: cosecharán y procesarán adormideras"

La semana pasada estuve en Afganistán para asistir al Herat Security Dialogue [una conferencia internacional sobre seguridad celebrada en esa ciudad afgana], una ocasión para la reunión y el debate entre iraníes, paquistaníes, representantes de los talibanes y altos cargos del Gobierno afgano en la histórica ciudadela de Herat.

Llevo yendo y viniendo de Afganistán desde 1997 –estuve en Mazar i Sharif la primera vez que los talibanes atacaron la ciudad– y también pasé un tiempo en Jalalabad, Kabul, Ghazi y Kandahar cuando éstos controlaron dichas ciudades antes del 11-S. Desde entonces he regresado allí varias veces: para visitar a mi mujer, que trabajaba como contratista militar en Kabul; para ver a amigos afganos; para hacer entrevistas mientras escribía el capítulo dedicado a la diplomacia entre Estados Unidos y los talibanes de mi libro más reciente, y ahora para asistir al primer foro estratégico afgano. Como no soy invitado de la embajada ni de las Fuerzas Armadas estadounidenses destacadas en Afganistán, he podido evitar la burbuja de seguridad.

Los avances que he visto en los últimos 17 años han sido notables. Volar a Herat es hacerlo a una ciudad animada y vibrante; Kabul comienza a tener un verdadero perfil. Cualquiera que se vea atrapado por el tráfico de la capital no se creerá lo tranquilo que era el lugar hace 14 años, cuando los vehículos eran escasos. Tanto en Herat como en Kabul –las dos ciudades que visité la semana pasada– decenas de cometas surcaban el cielo velozmente, haciendo piruetas: un deporte que prohibieron los talibanes. Las mujeres de Herat eran muy claras en su negativa a volver a la segregación –e incluso aislamiento– que experimentaron bajo el emirato islámico de los talibanes. Tuve el placer de asistir a un panel con Habiba Sarobi, exgobernadora de Bamiyan y primera mujer afgana en ocupar el cargo de gobernador. El lunes de la semana pasada Afganistán asistió al primer traspaso pacífico de poderes de su historia (o, al menos, a la primera ocasión en la que un gobernante vivo se retiraba pacíficamente). 

Pero aunque puede resultar difícil imaginarse que Afganistán regrese al totalitarismo de los talibanes o a la violencia de los años de guerra civil, muchos afganos parecen estar preparándose para lo peor. El secretario de Estado John Kerry alabó el acuerdo de reparto del poder que convenció al exministro de Exteriores Abdulá Abdulá para que dejara de cuestionar su segundo puesto en las elecciones y diera su conformidad a la toma de posesión de Ashraf Ghani. Abdulá se convertirá en primer ministro de facto. Sobre el papel, parece diplomacia creativa lograda con mucho esfuerzo. En realidad, es una fórmula para el desastre. Los diplomáticos adoran las coaliciones de reparto del poder, y cuanto más amplias, mejor. En realidad, nunca funcionan. Probablemente, John Bolton y Samantha Power no trabajarían bien juntos; tampoco lo harían Ron Paul y Bernie Sanders. Para gobernar de forma sana es necesario que haya una oposición fuerte, no una gran tienda de campaña fuera de la cual no haya nadie. Las grandes tiendas tienen menos que ver con la gobernanza que con el clientelismo, que es una forma educada de llamar al soborno.

Aunque el acuerdo de Kerry permitió que la toma de posesión siguiera adelante, ni Abdulá ni Ghani han podido ponerse de acuerdo respecto a los puestos ministeriales. Los afganos dicen que hay más de una docena de candidatos a cada puesto. Los analistas critican al exprimer ministro iraquí Nuri al Maliki por monopolizar los ministerios de Interior y Defensa, pero en Afganistán hay un Gobierno con bastantes más puestos vacantes, y todos ellos fundamentales.

Los afganos tampoco son optimistas respecto a que si estos puestos se ocuparan con ello se resolvieran los problemas. La mayoría de ministros de Karzai (o, al menos, sus familiares cercanos) parecen haber amasado millones durante el tiempo que ocuparon el cargo. Lo hicieron teniendo como telón de fondo una ayuda internacional que parecía no tener fin. Esos días están llegando rápidamente a su fin, lo que significa que, seguramente, los nuevos ministros tratarán de acumular tanto dinero como les sea posible antes de que se marchen las tropas internacionales y, con ellas, la ayuda internacional.

Todo esto nos lleva al tema de la economía ilegal afgana. Los intentos internacionales de erradicarla han fracasado. La producción de opio va viento en popa, y esto no va a hacer sino empeorar. Conforme la ayuda internacional se evapore, los afganos no se quedarán de brazos cruzados: cosecharán y procesarán adormideras. El motivo por el que la OTAN ha tratado de luchar contra el cultivo de esta planta es porque la producción de opio financia la insurgencia, el terrorismo y la violencia. Así que es lógico pensar que Afganistán se volverá más violento, padecerá una mayor insurgencia y exportará más terrorismo.

Hamid Karzai era un individuo lleno de fallos y que no siempre era un buen líder. Qué triste resulta que algún día los afganos recuerden su corrupto mandato como “los buenos viejos tiempos”. 

Commentary