Resulta difícil culpar al presidente Obama por decirle a Hamid Karzai que Estados Unidos planea retirar todas sus fuerzas de Afganistán, a menos que el sucesor del presidente afgano firme por fin el acuerdo bilateral de seguridad que el propio Karzai negoció con los estadounidenses. Obama había dado muestras de una encomiable voluntad de prorrogar la presencia de tropas norteamericanas, sólo para que Karzai le respondiera con el golpe bajo que supone su exasperante negativa a firmar el acuerdo, y con su igualmente indignante decisión de liberar de prisión a decenas de peligrosos terroristas.
La buena noticia es que casi todos los principales candidatos a suceder a Karzai han manifestado su apoyo al acuerdo, al igual que hizo la Loya Jirga convocada por el presidente afgano para ratificar el pacto. Los afganos de a pie, especialmente los que sirven en las fuerzas de seguridad, saben que necesitan de la constante ayuda estadounidense para mantener a raya a los talibanes.
Y si necesitaran algún recordatorio de por qué la ayuda exterior es tan importante, ahí tienen el reciente ataque de los talibanes a una base del Ejército afgano en la inestable provincia de Kunar. Los atacantes mataron a 21 soldados, que ahora son considerados “mártires” en todo el país. Sin una sustancial presencia norteamericana, cabe esperar que semejantes ataques se extendieran y se volvieran más letales, y que pudieran llevar al desbaratamiento de las fuerzas de seguridad afganas y a una guerra civil abierta.
Pero esa presencia debe ser más que testimonial o simbólica. Enviar sólo a 3.000 efectivos (una de las cuatro opciones que, al parecer, está considerando la Casa Blanca) servirá de poco para estabilizar Afganistán. Si Estados Unidos sólo ofrece unas fuerzas tan insignificantes, lo más probable es que el próximo presidente afgano decline la oferta, como hizo el primer ministro iraquí Maliki en 2011 cuando las filtraciones de la Casa Blanca sugerían que Estados Unidos podría mantener a menos de 5.000 efectivos en el país.
Para resultar atractiva para los afganos, la presencia de tropas estadounidenses debe ser lo suficientemente grande (al menos 10.000 efectivos) como para suponer una diferencia. Obama debe de tener cuidado para poder empezar con el pie derecho con el sucesor de Karzai no haciendo una oferta de tropas que resulte insultante y demasiado pequeña como para ser realista. De hecho, Obama haría bien si despejara ya tales sospechas -y dejara claro que Norteamérica no abandonará a Afganistán– anunciando el tamaño del contingente que le gustaría dejar a partir de 2014, suponiendo que el Gobierno afgano esté de acuerdo.