Contextos

Abyecta rendición de Estados Unidos

Por John Bolton 

John Kerry y Barack Obama.
"En una negociación, ganar tiempo por ganarlo tiene sentido en determinados contextos, pero aquí el objetivo no declarado era amañar otro argumento que esgrimir contra Israel y su fatídica decisión de atacar o no Irán""El acuerdo no altera las realidades estratégicas fundamentales. El programa nuclear iraní fue, desde su concepción, un programa armamentístico, y lo sigue siendo""Un ataque militar israelí es la única forma de evitar el de otra forma inevitable avance de Teherán hacia la consecución de armas atómicas, y la proliferación nuclear que seguramente se produciría a continuación. Nunca ha sido tan importante, desde el punto de vista político, defender que Israel ejerza su legítimo derecho a la autodefensa"

Las negociaciones para un acuerdo provisional sobre el programa iraní de armas nucleares finalmente tuvieron éxito este pasado fin de semana, cuando los ministros de Exteriores de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad (y el de Alemania) volaron a Ginebra para reunirse con su homólogo iraní. Tras crear expectativas de acuerdo tras su primera reunión, entre el 8 y el 10 de noviembre, habría sido más que humillante reunirse de nuevo sin conseguir resultados. Así pues, el acuerdo se alcanzó, pese a las solemnes proclamas anteriores de que “no llegar a un acuerdo es mejor que un mal acuerdo”.

Desde el punto de vista norteamericano, el trato está profundamente sesgado en beneficio de Teherán. Irán conserva plena capacidad para enriquecer uranio, con lo que se abandona una década de insistencia occidental y de resoluciones del Consejo de Seguridad para que la República Islámica abandone todas sus actividades conducentes al enriquecimiento de uranio. Permitir que lo siga haciendo, pese a las modestas (en realidad, completamente inadecuadas) medidas para prevenir que aumente sus reservas de uranio enriquecido y, en general, sus infraestructuras nucleares, sienta las bases para que Irán disfrute plenamente de su derecho a enriquecer en cualquier acuerdo definitivo. De hecho, el propio acuerdo provisional reconoce que “una solución integral” implicará «un programa de enriquecimiento definido por ambas partes”. Eso no es un compromiso respecto al supuesto derecho de Irán a enriquecer, como filtró la Administración Obama antes de que el acuerdo se hiciera público; es una abyecta rendición por parte de Estados Unidos.

A cambio de concesiones superficiales, Irán ha logrado tres avances decisivos: en primer lugar, ha ganado tiempo para proseguir con todos los aspectos de su programa de armamento nuclear no contemplados por el acuerdo (fabricación y prueba de centrifugadoras; investigación para adaptar sustancias a fines armamentísticos y fabricación de las mismas, y todo su programa de misiles balísticos). De hecho, dado que el acuerdo provisional establece renovaciones periódicas del mismo, Irán puede haber ganado todo el tiempo que necesita para lograr tener listas no sólo un puñado de armas nucleares, sino decenas o más.

En segundo lugar, Irán ha ganado legitimidad. Este banco central del terrorismo internacional y flagrante practicante de la proliferación nuclear forma parte, de nuevo, del club internacional. Del mismo modo que el acuerdo sobre armas químicas reforzó a Bashar al Asad, los mulás han escapado del congelador político.

En tercer lugar, Irán ha destruido el impulso y el efecto psicológico de las sanciones económicas internacionales. Si bien las estimaciones varían respecto a cuánto han ganado exactamente los iraníes, la suma es considerable (el cálculo más bajo es de 7.000 millones de dólares) y augura ser mucho mayor. Teherán evaluó correctamente que un cese de las sanciones durante sólo seis meses hará que para Occidente sea extraordinariamente difícil volverse atrás, incluso si se producen violaciones sistemáticas de los compromisos en materia nuclear. Los principales importadores de petróleo (China, la India y Corea del Sur, entre otros) ya estaban irritados por las sanciones estadounidenses, y se daban cuenta de que el presidente Obama no tenía agallas para imponerles sanciones a ellos o para pagar en el plano doméstico el precio político de conceder más exenciones.

Benjamín Netanyahu ya avisó de que éste sería “el acuerdo del siglo” para Irán, lo que, por desgracia, se ha confirmado. Si el trato es tan poco adecuado, ¿por qué Obama ha accedido? La  inevitable conclusión es que, pese al mantra, la Casa Blanca ha preferido un mal acuerdo a que se detenga el proceso diplomático. El acuerdo era un tiro a la desesperada para ganar tiempo. ¿Por qué?

En una negociación, ganar tiempo por ganarlo tiene sentido en determinados contextos, pero aquí el objetivo no declarado era amañar otro argumento que esgrimir contra Israel y su fatídica decisión de atacar o no Irán. Obama, que temía dicho ataque más que a un arma nuclear iraní, necesitaba evidentemente una mayor presión internacional sobre Jerusalén. Y Jerusalén comprende perfectamente que Israel era el verdadero objetivo de las negociaciones de Ginebra. Por tanto, ¿cómo debería reaccionar?

Y lo que es más importante, el acuerdo no altera las realidades estratégicas fundamentales. El programa nuclear iraní fue, desde su concepción, un programa armamentístico, y lo sigue siendo. Unas modestas restricciones, rápida y fácilmente reversibles, no cambian la realidad política y operativa fundamental. Y si bien algunos aspectos ya conocidos del programa nuclear han vuelto a someterse a un examen más detallado, las labores con fines militares, no declaradas y probablemente desconocidas, seguirán avanzando; todo ello recuerda a aquel borracho que buscaba las llaves perdidas del coche sólo debajo de una farola porque allí tenía mejor luz.

Además, el clima de la opinión pública internacional, opuesto a un ataque, no hará sino aumentar en los próximos seis meses. Para Irán, la mejor estrategia es sacar partido al acuerdo y acelerar su aparente acercamiento a un Occidente demasiado ansioso de ello. Cuanto más lejos y más rápido avance Irán, haciendo sólo concesiones superficiales y fácilmente reversibles a cambio del levantamiento de las sanciones, mayor será la presión internacional en contra de que Israel haga uso de la fuerza militar. La República Islámica no desafiará abiertamente a Washington y a Jerusalén de forma inesperada, al estilo de Ahmadineyad, ni proclamará sus trampas e infracciones. En cambio, hará lo imposible por ocultar sus actividades; por ejemplo, trabajará en instalaciones nuevas o desconocidas, con la colaboración de Corea del Norte, o hará como que cumple con sus compromisos. Cuanto más tiempo pase, más difícil le resultará a Israel asestar un golpe que retrase el programa nuclear iraní de forma sustancial.

No hay duda de que un ataque israelí durante la vigencia del acuerdo provisional sería recibido con indignación por en los círculos habituales. Pero más adelante habría esa misma indignación, o más. En resumen: si se considera la reacción previsible (incluso las de las capitales amigas), nunca es buen momento para un ataque israelí; sólo hay momentos malos o peores. Según esto, el acuerdo de Ginebra no altera en lo más mínimo los cálculos estratégicos israelíes, a menos que el mismo Gobierno de Netanyahu sucumba a la guerra psicológica que los ayatolás están librando con gran éxito. Eso sólo lo sabremos conforme pasen los días.

Israel aún tiene que tomar la difícil decisión de si se mantendrá al margen mientras Irán elude fácilmente a una Casa Blanca incompetente y débil, y mejora su situación económica mientras sigue avanzando en el frente nuclear; puede que avance menos que antes del acuerdo en algunos aspectos de su programa, pero lo hará más en otros.

¿Y qué pueden hacer quienes, en Washington y otras capitales occidentales, critican el acuerdo de Ginebra? Pueden intentar que la legislación relativa a las sanciones que está pendiente en el Senado supere las objeciones de la Administración, por puro simbolismo político. Por desgracia, es poco probable que venzan la casi segura oposición administrativa. Teherán considera, de forma acertada, que tiene a Obama avanzando obedientemente en su dirección, con una Unión Europea ansiosa por que se relaje aún más el régimen de sanciones.

En cambio, quienes se oponen al momento Múnich de Obama en Ginebra (por emplear una expresión de Kerry sobre la crisis siria), deberían centrarse en el problema estratégico, mayor y más permanente: un Irán nuclear y terrorista sigue suponiendo una amenaza para los intereses y aliados de Estados Unidos e implica, casi con certeza, la proliferación nuclear por todo Oriente Medio. Un Iran nuclear también sería básicamente invulnerable y brindaría un refugio con el que los líderes de Al Qaeda ocultos en cuevas afganas y paquistaníes sólo pueden soñar.

Así pues, en realidad un ataque militar israelí es la única forma de evitar el de otra forma inevitable avance de Teherán hacia la consecución de armas atómicas, y la proliferación nuclear que seguramente se produciría a continuación. Nunca ha sido tan importante, desde el punto de vista político, defender que Israel ejerza su legítimo derecho a la autodefensa. Que dentro de un año estén de fiesta en Jerusalén o en Teherán puede muy bien depender de lo que hagan aquéllos que en Washington se oponen al acuerdo.

The Weekly Standard