Ya no es que el líder de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abás, quiera eliminar de la Historia los acontecimientos de 1967 que llevaron a Israel a tomar posesión de la Margen Occidental, la Franja de Gaza y los Altos del Golán, así como a reunificar Jerusalén. Y revertir el veredicto de 1948, cuando los judíos recuperaron la soberanía sobre parte de su patria ancestral. Así como el de 1917, cuando la Declaración Balfour dio a los judíos una ruta hacia la estadidad.
Resulta que Abás quiere remontarse bastante más en el tiempo.
Su gran problema es el libro bíblico de Josué. En efecto, en lugar de remitirse al s. XIX, en su último discurso reveló que el nuevo punto de partida en la búsqueda palestina de justicia se encuentra en algún punto del s. XIII aec. Esa es la fecha aproximada que dan los historiadores para el inicio de la conquista de Canaán por parte de las tribus de Israel, tierra que les había sido prometida cuando salieron de Egipto, una generación atrás.
Esa es la clara implicación de un discurso que Abás pronunció esta semana mientras visitaba un campo de refugiados en la Margen Occidental, en el que aseguró que los intrusos judíos acabarían siendo expulsados y que no quedaría en pie un solo ladrillo de sus asentamientos. “Irán al basurero de la Historia, y recordarán que esta tierra es de su gente, sus habitantes y los cananeos que la habitaron hace 5.000 años. Nosotros somos los cananeos”, proclamó.
El impresionante alcance de sus bravatas será dejado de lado por aquellos cuya fe en el proceso de paz con los palestinos es una suerte de religión impermeable a toda prueba en contrario. Cuando lo cierto es que es difícil quedarse con nada que salga de la boca de ese mezquino autócrata, al que nada preocupan los intereses de su pueblo.
Puede que el discurso de Abás lleve a algunos académicos a revivir el debate sobre el oscuro grupo de israelíes que en los años 50 del siglo pasado se hacían llamar cananeos, en su empeño por crear una identidad separada de la de los judíos que no vivían en el Estado judío. Pero es improbable que ni Abás ni quienes le escuchaban hayan oído hablar de ello jamás.
Asimismo, habrá muchos analistas que no adviertan la discrepancia entre su reclamo de que precedieron a los judíos en la región y el que solemos escuchar cada Navidad acerca de que son los palestinos y no los judíos los auténticos descendientes de Jesucristo y de los judíos de los tiempos bíblicos.
Como aún no ha colado eso, Abás trata ahora de remontarse otro milenio y proclama que los primeros refugiados palestinos fueron los cananeos que perdieron sus hogares como consecuencia de las conquistas imperialistas del sucesor designado de Moisés, Josué.
Se trata de otra mentira. La especie de que quienes hoy se dicen palestinos están relacionados con los judíos bíblicos –y para qué hablar de los desaparecidos cananeos– es ficción pura y dura. Lo que sí es cierto es que algunos árabes palestinos emigraron a principios del siglo XX desde tierras árabes vecinas, cuando el país empezó a experimentar un rápido desarrollo económico como consecuencia del retorno de los judíos y de la consolidación de la empresa sionista.
El problema con el discurso de Abás no es tanto su predisposición a inventarse la Historia, lo cual no es ninguna novedad en quien obtuvo un doctorado en Estudios Orientales en la Universidad Patricio Lumumba de Moscú con una tesis basada en las teorías conspiratorias y la negación del Holocausto. En realidad, no importa cuándo llegaron los árabes palestinos. Lo que importa es que su líder aún sigue empeñado en negar la Historia y el derecho de los judíos a un Estado judío, con independencia de dónde se tracen sus fronteras.
Esa es la conclusión no sólo de su discurso en el campo de refugiados de Yalazón, sino de lo que se ha informado de su reciente encuentro con una delegación de congresistas norteamericanos del Partido Demócrata. Abás no estuvo dispuesto a reconocer a Israel ni a admitir que los judíos tienen derecho a un Estado.
Esto es un problema porque la delegación demócrata y la mayoría de los defensores de Israel en el Congreso y en todo EEUU siguen siendo firmes partidarios de una solución de dos Estados. La carta que 21 miembros de la Knéset [Parlamento israelí] enviaron al Congreso para que se deje de apoyar esa idea fue ampliamente rechazada por la mayoría de los políticos de ambos partidos [Demócrata y Republicano], que aún siguen pensando en la de los dos Estados como la única solución racional duradera al conflicto israelo-palestino.
En teoría, quienes siguen aferrados a esa idea pueden estar en lo cierto. Pero los israelíes y los palestinos no viven un un mundo teórico en el que dividir tierra adyacente entre dos Estados para que coexistan pacíficamente es la obvia respuesta a sus problemas. Viven en el mundo real, donde los únicos líderes palestinos son los islamistas de Hamás, que aún siguen anhelando la muerte de los judíos, y los moderados de Fatah comandados por Abás, que está vendiendo a su pueblo un cuento sobre unos cananeos que, con una suerte de máquina del tiempo, expulsarán a los descendientes de Josué.
¿Por qué anda Abás soltando mentiras históricas e implícitamente comprometiéndose a expulsar a todos los judíos de Israel, no sólo a los colonos de la Margen Occidental? Porque se está trabajando a los palestinos de la Margen y a los millones de descendientes de los refugiados de 1948 (descendientes de los refugiados cananeos de hace 3.300 años, donde quiera que estén, que eso no lo ha aclarado), cuya identidad nacional está inextricablemente unida a la guerra contra el sionismo. Para ellos, la “ocupación” es la presencia judía en todo Israel.
Esto es una tragedia. Y mientras las cosas estén así, los empeños norteamericanos en promover una solución de dos Estados serán una pérdida de tiempo.
© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio