Contextos

Abadi, Maliki, el Dawa y la realidad iraquí

Por Michael Rubin 

Bandera Dawa
"Dawa, el movimiento político al que pertenecen tanto Maliki como Abadi, siempre ha tendido a fisionarse. Y años de exilio no han hecho más que empeorar ese hecho.""Desgraciadamente, los vanos llamamientos a un Gobierno inclusivo no hacen nada por abordar el problema principal, y obligar a todas las facciones a agruparse bajo un mismo paraguas no haría nada más que conducir a luchas internas y a la parálisis"

Muchos analistas están dando mucha importancia al hecho de que Haider al Abadi, primer ministro electo de Irak, haya estado exiliado en el Reino Unido en vez de en Irán o en Siria, como el premier saliente, Nuri al Maliki, y sugieren que ello implica que Al Abadi será más moderado y menos proclive a aceptar los dictados de Teherán.

Dawa, el movimiento político al que pertenecen tanto Maliki como Abadi, siempre ha tendido a fisionarse. Y años de exilio no han hecho más que empeorar ese hecho. En 2008, la especialista británico-iraquí Sama Hadad publicó un excelente análisis sobre el impacto de los distintos exilios en un informe sobre los movimientos disidentes árabes para el AEI; pueden descargarlo aquí (el capítulo de Sama comienza en la página 32), pero la sección fundamental (sin las notas al pie) es ésta:

En 1958, Mohamed Baqir al Sadr, apoyado por otros jóvenes intelectuales, fundó el Partido Islámico Dawa, el cual, hasta la ejecución de su fundador, fue el único partido islámico chií de Irak. Al Sadr fue el principal arquitecto del partido y su guía intelectual. El Dawa tomó a la mayor parte de sus dirigentes de entre la clase media instruida, y Al Sadr trató de imbuirles las ideas que estaba desarrollando. El Gobierno baazista iraquí, sinembargo, consideraba un delito capital la pertenencia o asociación al Partido Islámico Dawa. Muchos de sus miembros huyeron del país, sobre todo a Irán.

Para los miles de iraquíes que hallaron refugio en Irán, la nostalgia por su patria y su deseo de un Estado islámico, unidos al sentimiento revolucionario que aún imperaba en su país de acogida, los atrajeron al ‘wilayat al faqih’ [la filosofía que defiende la guía y tutela de los clérigos juristas defendida por el ayatolá Jomenini]. A algunos miembros del Dawa esa fascinación no les duró. En los años 80 el Gobierno iraní medía el grado de compromiso con la revolución de cualquier grupo  en base a su creencia en el ‘wilayat al faqih’. Las autoridades revolucionarias censuraban o prohibían cualquier agrupación que se enfrentaba a dicho concepto. Eso ponía al Dawa en una posición difícil que le hacía imposible intercambiar con sus miembros otras ideas que no fueran las que se ajustaban a esa filosofía.

Las autoridades iraníes veían que entre los miembros dirigentes del Dawa cundía el desacuerdo acerca de cuán proclives al ‘wilayat al faqih’ debían ser. Aprovechando ese desacuerdo, Teherán trató de dividir al partido y de crear grupos más leales a la filosofía imperante. El partido trató de salvar la situación no enfrentándose al ‘wilayat’ y expulsando a todo miembro que no lo apoyara públicamente.

El grupo más destacado surgido de la división del Dawa, bajo tutela iraní, fue el Consejo Supremo para la Revolución Islámica en Irak (CSRII). Encabezado por Mohamed Baqir al Hakim, el CSRII abrazó plenamente el ‘wilayat al faqih’.

Miembros del Dawa huyeron de la represión iraní y se reagruparon en Londres. La discordia de los años 80 y 90, sin embargo, supuso que el partido no desarrollara las teorías de Al Sadr de forma significativa.

El paso más significativo fue la publicación en Londres del ‘Barnamajuna’ (“Nuestro programa”). El ‘Barnamajuna’ hacía hincapié en la necesidad de democracia, de mercados libres, y abandonaba el llamamiento a una República Islámica en Irak, quizá como reacción a su negativa experiencia en Teherán. Había un claro cambio: de la creencia de principios de los 80 en la voluntad del faqih (erudito) sobre la gente, similar al ‘wilayat al faqih’, se pasaba a la creencia en la voluntad del pueblo.

Una fuente política de alto rango del Dawa declaró en aquella época: ‘[El Dawa] aceptará todo lo que el pueblo acepte. Incluso si elige un régimen que no sea islámico en absoluto. Si no elige el islam, ello querrá decir que no está preparado para él. Si el islam se impone, se convertirá en una dictadura islámica y eso alejará a la gente’. Eso supuso una clara reafirmación del ‘wilayat al una’ [gobierno de la comunidad] propuesto por Al Sadr.

Un punto relevante que se expone de forma más amplia en el ensayo es que el desarrollo intelectual del Dawa en el Reino Unido fue más dinámico, pero aún así seguía estando restringido por el hecho de que el régimen iraní tenía más o menos como rehenes a la mayoría de activistas del partido. Si los activistas del Dawa en Londres se volvían demasiado explícitos en su propuesta de interpretaciones de la forma de Gobierno alternativas a las defendidas por Jomeini y por su sucesor y actual Líder Supremo iraní, Alí Jamenei, los exiliados del partido residentes en la República Islámica podrían sufrir las consecuencias. Cuando visité Irán por segunda vez, en 1999, me reuní con una serie de chiíes iraquíes exiliados en el centro del país, y no tenían nada bueno que decir acerca de la represión a la que se veían sometidos por los iraníes o de las indignidades de las que eran objeto sus hijos.

La liberación de Irak, no obstante, brindó una oportunidad para que se reunieran las dos principales comunidades del Dawa; se produjo un renacimiento de la exégesis. Buena parte de ella no era del gusto de Irán. Por lo que respetaba a la filosofía de gobierno y a la interpretación religiosa, las diferencias que podían haber existido entre quienes pasaron el exilio en Irán y quienes vivieron esas deácadas en Gran Bretaña desaparecieron progresivamente. El Dawa pudo dividir personalidades, ambiciones o aspectos del debate, pero sugerir que Abadi es un ilustrado mientras que Maliki no lo era es, simple y llanamente, inexacto. La ilustración es algo relativo, pero es probable que ambos compartan actualmente muchas interpretaciones.

Entra Irán en escena: los iraníes saben que los chiíes iraquíes no abogan precisamente por las ideas de Jomeini. Eso no los convierte en clones norteamericanos o en necesariamente prooccidentales; más bien hace que sean, bueno, chiíes iraquíes. El Gobierno iraní ha respondido patrocinando milicias que impongan por la fuerza de las armas algo que no está precisamente en la mente y la voluntad de la amplia mayoría de los chiíes de Irak. Esas milicias siguen siendo un grave problema, junto a sus homólogos del bando suní (islamistas radicales patrocinados por Turquía, Qatar y Arabia Saudí) y a baazistas chovinistas desde el punto de vista étnico y sectario, defendidos por Jordania. Desgraciadamente, los vanos llamamientos a un Gobierno inclusivo no hacen nada por abordar el problema principal, y obligar a todas las facciones a agruparse bajo un mismo paraguas no haría nada más que conducir a luchas internas y a la parálisis. Los iraquíes no insisten en que Jesse Jackson y Dick Cheney, o Samantha Power y Pat Buchanan compartan pupitre; que les hagamos algo equivalente a los iraquíes resulta desafortunado.

Esperemos que Abadi pueda unir a los iraquíes contra el EIIL, pero, para lograrlo, tendrá que derrotar no sólo al propio grupo terrorista, sino a quienes lo han ayudado y apoyado. Maliki vio que el problema iba en aumento y rogó a la Casa Blanca y a senadores que visitaron el país, como John McCain, que comprendieran lo radicalizada que se había vuelto la oposición siria. Creer que Maliki y Abadi son, respectivamente, Satán y el salvador, o que representan dos Iraqs o dos filosofías diferentes es erróneo. Ambos son realistas; es la Casa Blanca la que, demasiado a menudo, no lo es.

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